domingo, 30 de agosto de 2015

CARTAS Y ESQUELAS

CARTAS  (Imagen tomada de Internet) 


“Comprendo muy bien que muchos hombres hayan dejado mejores cartas que libros: es que quizás sin advertirlo, ponían lo mejor de sí en esos mensajes a amigos o amantes. Yo he escrito muchas cartas  y, fuera de las estrictamente circunstanciales (que no se pueden evitar muchas veces), he dejado en cada una de ellas mucho de mí, mucho de lo mejor o de lo peor que hay en mi mente y en mi sensibilidad.” (De una carta a Luis Gagliardi, 2 de junio de 1942, “Julio Cortázar de la A a la Z”, página 60)


En el siglo pasado, antes de la explosión tecnológica que nos proveyó  computadoras, tablets y  celulares inteligentes, que tienen múltiples formas de comunicación, desde los mensajitos de texto hasta los orales grabados y demás finezas de la comunicación actual, el medio más común de comunicarse con los que no estaban cerca era a través de cartas, y, cuando no había demasiado tiempo, esquelas. Las cartas demoraban una vida en llegar de un país a otro, y las noticias, que eran frescas en el momento de escribirlas, cuando llegaban a destino ya habían envejecido. Sin contar la cantidad de veces que se extraviaban y uno esperaba vanamente una respuesta o aunque más no fuera una comunicación breve para seguir con otra más.
Las esquelas tenían la virtud de ser más breves. Yo le escribí muchas a mi esposo, mientras trabajé con un cruel  horario que empezaba a las seis de la mañana y concluía a las dos de la tarde. Me levantaba a las cuatro  de la mañana y generalmente escribía mientras desayunaba. Hace unos días, buscando unos documentos,  descubrí un sobre donde  él había escrito uno de los apodos que me daba. Lo abrí y me encontré con varias esquelas que yo le había escrito hace más de cuarenta años. Además del papel amarillento, descubrí mi letra-diferente a la actual- la escritura presurosa y la ternura de algunas frases para que cuando se despertara sintiera que me había ido  a trabajar sí, -no tenía más remedio-  pero que, de algún modo, estaba ahí, en esas letritas chuecas que le decían esto o lo otro. Al releerlas me volví a descubrir.
Después de la relectura, con el corazón en la mano, las destruí. Marcaron nuestras vidas, pero fueron íntimas. Y así deben permanecer.
Siempre escribí muchas, ya que la escritura siempre fue mi particular modo de expresión. Sé  que si tengo que expresar  algún sentimiento, algún dolor, alguna necesidad, lo hago mejor por escrito. Aún lo hago, a través del e-mail, o de los otros artilugios tecnológicos que me  permiten comunicarme. El e-mail sustituyó a la carta. Sin lugar a dudas. Y tiene la ventaja de ser instantáneo. Si lo tecnológico anda bien, el email se recibe de inmediato. Una característica del avance actual.
Las redes sociales también permiten acercarse por medio de la escritura, y, además, nos permiten vernos.  Si bien hay que aprender a manejarlas con prudencia y lleva muchos años de práctica emplearlas bien, constituyen un estupendo adelanto tecnológico. También el Skype,- aunque es oral-,  si funciona adecuadamente tiene esa ventaja tan especial.
Un modo comunicacional que me permitió el reencuentro con personas que no veía desde muchos años atrás, y que me comunicó con otros que eran desconocidos pero simpatizaron con lo que escribí, es el BLOG. Exige cierta constancia para lograr formarse un grupito de lectores-no necesariamente seguidores- que se sienten identificados de una u otra manera con lo que se expone. Es halagüeño y-por cierto- aporta  algo que todos los que escribimos queremos: que nos lean.
El blog me permite encuentros y reencuentros-tanto como facebook; ya contaré alguno en otra oportunidad.
Me quedo por hoy en las cartas y las esquelas. También se prestan para formar parte de la ficción. Hay novelas escritas en forma de diario, y otras en las que se alternan cartas. Leí la semana pasada una de Isabel Allende que me entretuvo y me permitió reencontrarla: EL AMANTE JAPONÉS.
En este libro, las cartas forman parte de una  ficción con un argumento  que se sigue con interés. Hubo una carta de Ichimei, -el amante japonés- que me resultó conmovedora aunque es probable que  pueda ser consideraba cursi o naif:


11 de julio de 1969
Nuestro amor es inevitable, Alma. Lo supe siempre, pero durante años me rebelé contra eso y traté de arrancarte de mi pensamiento, ya que nunca podría hacerlo de mi corazón. Cuando me dejaste sin darme razones no lo entendí. Me sentí engañado. Pero en mi primer viaje a Japón tuve tiempo de calmarme y acabé por aceptar que te había perdido en esta vida. Dejé de hacerme inútiles conjeturas sobre lo que había pasado entre nosotros. No esperaba que el destino volviera a juntarnos. Ahora, después de catorce años alejados, habiendo pensado en ti  cada día de estos catorce años, comprendo que nunca seremos esposos, pero tampoco podemos renunciar a lo que sentimos tan intensamente. Te  invito a vivir lo nuestro en una burbuja, protegido del roce del mundo y preservado intacto por el resto de nuestras vidas y más allá de la muerte. De nosotros depende que el amor sea eterno.
Ichi


Para saber qué papel juega esta carta en el entretejido de la novela hay que leerla. El amor-burbuja es una magnífica sugerencia para desconectarse de lo cotidiano. Lógicamente, en su concepción tiene que ver que el amante sea  un jardinero japonés, y no uruguayo, argentino o chileno, - o de otra nacionalidad-, simplemente porque se le atribuye un suave espíritu amable,  inclinado  a favorecer el nacimiento de plantas y  flores que sabe cultivar con dedos verdes- de la misma manera que logra el florecimiento del amor erótico en  todas las etapas de la vida de Alma. También en la vejentud.
Y volviendo al tema que nos  ocupa, ya sea por medio de cartas, esquelas, mensajes de texto, emails, o whatsapp, - y todos los nuevos artilugios que nos podamos imaginar- buscamos esencialmente,  tender puentes entre unos y otros. Y el amor, es,  sin lugar a dudas,  el  puntal absolutamente  imprescindible para lograrlo.




viernes, 21 de agosto de 2015

NOSTALGIANDO CASAS

Un cambio radical para don Mario Vargas Llosa- Imagen tomada de Internet-
“Y no sé si les ocurre lo que a mí; yo me quedo con las casas donde he sido feliz, donde he asistido a la belleza, a la bondad, donde he vivido plenamente. Guardo la fisonomía de las habitaciones como si fueran rostros; vuelvo a ellas con la imaginación, subo escaleras, toco puertas y contemplo cuadros.”
(Julio Cortázar. “Casas” de “Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico”. P. 65)


En estos tiempos que corren, con la famosa Noche de los Recuerdos que se viene con un feriado largo,  hay temas de toda índole. Uno podría ser escribir sobre los extraños vuelcos que se han dado en las parejas que parecían indestructibles en su permanencia-. Por ejemplo el caso que sorprendió a más de uno, el de Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, que ya había cumplido cincuenta años de casado. Sin embargo, a sus añitos, (79) decidió cambiar la pisada y en estos días se lo ve-muy acaramelado, por cierto-, con Isabel Preysler, (64) la  ex de Julio Iglesias y otras yerbas- que luce muy hermosa,- y, horror de los horrores, delgada- con  unos añitos menos  que la prima Patricia (70). Él ha declarado a las revistas del corazón que tiene derecho a ser feliz, ya que no le queda mucho tiempo. Con los ochenta pisándole los talones, es notorio que persiga ansiosamente la felicidad. Es probable que esté sufriendo el próximo paso de una década a la otra, y, como los años se vienen, sin que los pidamos ni podamos detener, se puede suponer que habrá experimentado lo  que cantaba Elvis: “It’s now o never”. Lo comprendo perfectamente. Yo también estoy por cambiar de década.   Pero no; no  voy a agarrar para ese lado.

Santa Fe 1239 Montevideo- la casa donde nací- 

Voy a nostalgiar por el lado de las casas. Por eso puse el epígrafe de Julio Cortázar. Yo viví en varias casas. La primera, donde nací, estaba-y está- ubicada en Montevideo, Santa Fe 1239. Fui un día con mi esposo a sacarle una foto. La dirección exacta la sé porque figuraba en mi antiguo álbum infantil— el facebook de papel del siglo pasado-. Tenía muchos datos, que mi madre iba anotando prolijamente mientras iba creciendo: cuánto había pesado, cuánto había medido, color del pelo, de los ojos, quienes habían sido mis padrinos, y por supuesto, dónde había nacido. No recuerdo para nada cómo era esa casa. Supongo que la dejé a muy temprana edad y no recuerdo si fui o no feliz en ella. Supongo que no, porque mi madre y mi padre se divorciaron apenas yo nací.
La casa de la infancia que  sí recuerdo fue un apartamento, el  número 3-  en la calle Cerro Largo 1640- enfrente al Palacio Peñarol- allí viví hasta los nueve años con mi  madre. Ese apartamento lo recuerdo al detalle y más de una vez, descolocado de la realidad, se me aparece  en sueños. Entrando por el corredor interior, es el último a  mano derecha.  La puerta de entrada era de madera y tenía una cadena. Después de franquear la puerta, a mano derecha había un patio interior-abierto- con baldosas amarillas. Las habitaciones eran tres sobre el lado izquierdo, en la primera, estaba el consultorio de mi  madre partera, le seguía la cocina, el baño, mi dormitorio, y a lo último el de ella. Todas las piezas estaban flanqueadas por un corredor que se ensanchaba para dar paso a la cocina y al baño. Allí había  un sofá donde yo solía sentarme a leer. Una de mis mayores felicidades desde siempre. Hace un tiempo, visité El Club Atlético Peñarol, y tuve ganas de pedirle a los habitantes que me dejaran pasar a verlo, pero me hizo desistir la puerta de calle enrejada, y la sensación de que en los tiempos que corren nadie me franquearía la entrada  aunque les jurara que viví ahí de niña y les describiera-uno por uno- los ambientes.
Sucesivamente me mudé- o me mudaron- a la casa de mi padre, y luego a la casa de mis  padrinos donde me casé.
Después viví en otros tres lugares.
En los primeros años de casada, viví en “El dedalito”- así le llamábamos al pequeño apartamento que alquilamos en la zona de El Prado-. No lo describo porque ya lo hice en otra nota. Fui feliz con altibajos, porque fue el “dedalito” de la dictadura. Por primera vez, experimenté la gracia de ser ama de casa- con poco tiempo de dedicación porque siempre trabajé afuera- pero con la compañía de mi esposo todo era más llevadero, porque él colaboraba en todo.
Después logramos “la primera vivienda propia”- un objetivo señalado por nuestros antepasados- y hace veinte años, este apartamento en Punta Carretas.

Nuestra primera propiedad horizontal- la de la época más añorada, por haber sido la más feliz-
En la puerta, se ve la chapa de abogado de mi esposo. 

Si tengo que elegir entre las casas que más nostalgias me provoca,  creo que sale ganando la  primera vivienda que fue nuestra. En esa época, sentíamos que teníamos toda la vida por delante y, quizás esa ilusión nos hacía felices. Estaba bien ubicada,  a media cuadra de Millán, y, de a poco, le fuimos dando vida. Lo primero fue la biblioteca. Me la  hizo mi padrino con soportes de Fumaya y estantes que él pulió y barnizó,  adquiridos en  un remate. Recuerdo que después que quedó instalada y que le puse los libros, me quedé un buen rato de noche, contemplándola como un tesoro recién descubierto. El barniz tenía un olor agradable que se diseminaba por toda la vivienda. Después cambiamos el antiguo dormitorio usado, por otro –también usado-,  pero más moderno de color blanco tiza; - una berretez que me encantaba- En uno de mis cumpleaños llegó – de sorpresa- mi  escritorio. Siempre me encantó recibir  sorpresas gratas;  mi marido lo sabía muy bien, y lo tenía en cuenta,  así que cuando tenía la más mínima oportunidad, me acercaba alguna alegría inesperada. El escritorio-nuevo- lo fue. Era de madera, grande, como el de un ejecutivo, sabía arrimarse de lo más confianzudo a la pared del ventanal sin ninguna timidez. Hasta su llegada, había utilizado-me corrijo: habíamos utilizado- la mesa del comedor de cármica, que era multiuso: allí comíamos, leíamos el diario, escuchábamos la radio, y también estudiábamos. Del mismo modo,  de sorpresa, llegó un televisor PUNKTAL –enorme, blanco y negro, con caja de madera-. A todo el mundo le sorprendía que hubiéramos pasado tantos años sin tener  uno. No era por snobs, sino porque preferimos pagar la cuota del Banco Hipotecario- que comía todos los días con nosotros-, antes que tener el  bobero.
Buscando la comodidad de  un garaje propio vinimos a dar a Punta Carretas.
 Pero la casa de mis recuerdos más gratos sigue siendo la de El Prado. Esa primera que fue nuestra. Donde fui feliz sin lugar a dudas. También como Cortázar, la recorro con la imaginación, subo la  escalera,  le toco las  puertas, le  miro  los cuadros,  y, sobre todo- me vuelvo a recostar, remolona, en el sofá-cama del comedor, para ser –otra vez -joven y  querida con pasión.


 



domingo, 16 de agosto de 2015

DE NOVELA

Dos novelas de imprescindible lectura 
A partir del 7 de agosto de 2015, se comenzó a celebrar en el Centro Cultural de España la llamada “Semana negra” con invitados extranjeros y nacionales. Variados. Tanto, que entre los extranjeros va a concurrir un ex delincuente devenido escritor: Daniel Rojo, apodado obviamente, “El Rojo”.
Hay autores que diferencian la novela policial de la novela negra y para ello se apoyan en la idea de que la “novela negra” es producto de la crisis. En fin.  Demos un vistazo  a algunos personajes de la novela negra. Es evidente que para que sea “negra” tiene que tratar de  delitos y, que para “descubrir” culpables es absolutamente ineludible la figura del investigador privado, detective, o policía. No hay duda de que son necesarios. No todos los autores encaran la creación de personajes de la misma manera, pero, creo que  Philip Marlowe  todavía sigue en el tapete como un modelo clásico. En general, en casi todos estos investigadores privados,  se puede constatar una manifiesta afición  por la bebida- si es bourbon mejor-  una buena dosis de cinismo, y una especie de inocencia que los lleva a cometer errores.

Encontramos novelas  que no admiten una casilla única. “El peso del corazón” de Rosa Montero, es una de ellas.  Nos volvemos a encontrar  con un personaje que Rosa quiere mucho: la célebre Bruna Husky de  “Lágrimas en la lluvia”.   Cuando hice el primer comentario lo titulé “La muy humana Bruna Husky”. (Si no lo leyeron y lo quieren leer está en este blog publicado el 11 de noviembre del 2012). Bruna es una detective. No voy a repetir acá lo que ya comenté, simplemente voy a recalcar que este personaje tecnohumano, androide, o replicante- de todas esas maneras es llamado- sigue en esta otra novela teniendo “esa humanidad” que se vio en el relato anterior. Por ejemplo: continúa siendo sumamente sexual.  Tiene muy  buen sexo con el sobón  o táctil que le mandan de “terapia”. Y  se lo come con fruición y sin ningún aderezo, pero el mayor  motivo de sus desvelos es el Inspector Paul Lizard,- que huele a bosque o a cedro-. Es “humana” por todos lados: experimenta  sensaciones gustativas, olfativas, tiene sentido estético-artístico- y, además, sentimientos. Por eso, después del sexo,   necesita ternura. No quiere que el tipo se levante, se lave y se vaya. Lo quiere tener a su lado, acariciándola y mimándola:

“De pronto, a Bruna le urgió obtener una prueba de que ella le importaba algo a él. Necesitaba un beso, un susurro, una caricia. Una mirada. Pero el corpachón del hombre sólo trasmitía ensimismamiento, indiferencia, frialdad.” (…)

(…) “Algo más, algo más. La androide necesitaba desesperadamente algo más que esta humedad pringosa, este vacío. Por el gran Morlay, necesitaba sentimientos. Que Lizard no se fuera. Que la abrazara. Que la quisiera.” (pág. 107)       

Los deseos de Bruna son los de cualquier mujer que se precie: que el sexo sea bueno, sí, claro,   pero que después se afiance en la ternura.
 Bruna concebida como una tecno-humana detective es alta, esbelta y de combate. Participa de investigaciones, a veces, con cierta torpeza o inocencia, que también exhiben-en otras novelas- muchos de sus colegas hombres.   
Otra característica que mantiene Bruna en esta segunda novela es el sentido de la finitud: las tecnohumanas monterianas  viven diez años. Nacen con 25 y mueren indefectiblemente a los 35. Ella cuenta día a día cuánto le queda de vida.
Yo me imaginé una Bruna Husky tipo "Mujer Maravilla" -que es de combate, a nadie le caben dudas, - pero lógicamente con su cabeza pelada y el tatuaje que le recorre el cuerpo desde la cabeza a los pies y le da toda la vuelta. Ataviada con un vestido ceñido  y sin bragas-tal cual la describe Rosa Montero, su creadora-. (Imagen de Internet) 


 Consulté en el Club de Libros Rosa Montero sobre el género de la novela “El peso del corazón”:

 ¡Hola gente! Acá en Montevideo, empezó hoy la llamada "Semana Negra"- en el CCE    (Centro Cultural de España). Nos visitan varios escritores extranjeros y nacionales que han escrito ese tipo de relatos. Yo me pregunto y les pregunto: 
"El peso del corazón" ¿Es una "novela negra" o es una novela de "ciencia ficción"? Salamandra Madrid ¿Tú qué dices? Bruna Husky es una detective, siempre anda envuelta en "casos", hay asesinatos, sexo, dobles y demás. ¿?


    Así me contestó Salamandra Madrid- seudónimo que usa Rosa Montero en su página-:    

Salamandra Madrid Jajaja, es ambas cosas; es una novela de ciencia ficción y también un thriller, y además es una novela política y una novela existencial y una novela de amor y.... Varias cosas a la vez. Un besote preciosa

Es indudable que las novelas que escribe Rosa son “multifocales”, y por lo tanto difíciles de encasillar.
Por eso, en la contratapa dice esto:

"El peso del corazón es un thriller, una novela de aventuras política y ecológica, de fantasía y ciencia ficción, un relato mítico, un cuento para adultos, una reflexión sobre la creación literaria, una metáfora sobre el peso de la vida y la oscuridad de la muerte…¡Y una historia de amor! "

Lo cierto es  que muchas  novelas actuales son así: variopintas y con personajes vulnerables.

La novela de Hiber Conteris, “El rastro de la serpiente”, tiene también características múltiples, aunque se afiance más firmemente en el género de la novela negra:

El rastro de la serpiente” se inscribe dentro del género novela negra ya frecuentado por su autor en El 10% de su vida, El séptimo año: la búsqueda de Ground Zero y en algunos cuentos. En esta ocasión, Conteris sitúa el escenario de su nueva novela en el estado de Ohio, Estados Unidos, donde dos antropólogos (uno mexicano, el otro rioplatense) en medio de un ambicioso proyecto que  intenta vincular las culturas indígenas y prehistóricas de ese estado con las culturas del valle de México, se ven involucrados en la desaparición de una seductora mujer, periodista y crítica de arte, cuya búsqueda está en manos del implacable comisario del condado donde se produjo el hecho. El lector se verá atrapado en una trama que mezcla la intriga policial con la exploración de las culturas selváticas de la región (el famoso monumento conocido como “el túmulo de la serpiente”) mediante un sostenido suspenso y una estructura narrativa que imita el ritual de los antiguos sacrificios de esas culturas.” (contratapa)

La novela se abre con un epígrafe que llama la atención:

"Hay tres cosas difíciles de conocer y una cuarta imposible: el rastro de una serpiente sobre la piedra, el del pájaro en el aire, el del navío en el agua, y el del hombre en la mujer". (Proverbio atribuido a Salomón)

En la cuarta premisa, se enfatiza la imposibilidad de conocer qué rastro deja el hombre en la mujer.  Sin embargo,  yo creo que si la relación  ha sido intensa,  y ha permanecido a través de los años, con seguridad que ha calado en la profundidad del alma. El "rastro"  no  será visto, pero sí intensamente sentido. Es más que probable que quede  aunque sea  imperceptible a simple vista,   en los dos. 

Los antropólogos de esta novela no son detectives, pero sí investigadores. Los personajes tienen nombres significativos,- y no es porque a mí se me haya ocurrido que los tengan sino porque algunos  están explícitamente explicados-:

Eilan Cester

"Su abuelo era galés, había druidas y nigromantes entre sus lejanos progenitores, había ciertamente un futbolista internacional, y sus padres habían consentido en ese absurdo nombre, Eilan, que nadie acertaba a comprender de dónde provenía o a qué santo invocaba, hasta que Cester explicaba que en gaélico, eilan, significaba isla y el onomástico le había sido impuesto por el centrofóbal o el abuelo, no lo sabía muy bien, en recuerdo de un arrecife de basalto frente a la nativa población de Fishguard, en el reino de Wales, desde donde sus antepasados se lanzaban a la pesca del arenque, la langosta, bogavantes y cuanto crustáceo cayera en la red o en el esparavel". “(p.37)

Soan

“Soan, Soan… - murmuró- (Cester) sabía que ese nombre me decía alguna cosa.
¿Qué le dice a usted? Para mí siempre fue un misterio.
Es el nombre genérico de la tradición de los instrumentos tajaderas de la India.
Repita eso.
Las tajaderas. ¿Sabe de qué se trata?
Algo que sirve para tajar, supongo.
Eso mismo. Se aplica a cierto tipo de cuchillas en forma de hoz o media luna. En la India hay toda una tradición muy antigua de esos instrumentos." (p.74)

Soan tiene además un cuerpo atractivo-  y se destaca en ella, más de una vez- su parecido con  la actriz Ali McGrawn  de Love Story:

“Se había entubado en un vestido enterizo de blouclé gris perla que resaltaba cada una de las anfractuosidades de su cuerpo y acentuaba los negros reflejos de ónice de la melena Ali McGraw y la intensa sugestión de los ojos basálticos.”  (p. 60)

Ali  McGraw con su gato. De la época de Love Story  Imagen tomada de Internet 


Patricio Adena

El  antropólogo mexicano, lleva un nombre connotativo-“patricio” significa de noble estirpe-  y su apellido remite a una cultura amerindia.

Just Priesthood

El comisario-sabueso, el sheriff  que quiere  resolver el enigma. Su nombre  Justo- no necesita explicación y su apellido significa: sacerdocio. (Averigüen porqué.) 

Sybil McPrey

La sirena, la nadadora,  o la mujer tiburón. Sybil significa profetisa, y el apellido remite a “presa”.

Hay-además de la trama policial con desaparición, investigación, sospechas y muerte, otra trama subyacente que se enlaza con   lo religioso desconocido. Hay referencias al misterio de los Hopewell –que no dejaron nada escrito- y también a la Iglesia Nativa Americana y sus ceremonias con el peyote.
El peyote fue tenazmente perseguido y prohibido por las autoridades estadounidenses y también  con la misma tenacidad, los indios se empecinaron en seguir usándolo. Finalmente, fue autorizado para  sus ceremonias religiosas-no sin cierta animadversión -
También está presente en esta novela esa persecutoria obsesiva, que se enreda con la trama principal.

Artículo tomado de Internet 

Hay también- no podía faltar- una historia de amor que se entrelaza y desvanece  entre el fragor de los acontecimientos. El centro primordial es Soan- “la que taja”, Patricio- “el de noble estirpe” y Eilan, “la isla” –aunque hay un cuarto más, no lo tomo en cuenta, porque lo esencial ocurre entre estos tres- Y les dejo que descubran con quién –supuestamente- se quedará “la que taja”.

“El rastro de la serpiente” entra más holgadamente en la categoría “novela negra” que “El peso del corazón”.  Y no les cuento nada más. Lean las novelas. Ambas se dejan leer con gusto.






jueves, 30 de julio de 2015

DE BOLEROS Y NOVELAS

Con título de bolero

La semana pasada un amigote me regaló una novela. Se trata del Premio Alfaguara de novela 2015, de la autora chilena Carla Guelfenbein. Se llama “Contigo en la distancia”- una  de las novelas con título de bolero-. Cuando me dio el libro me dijo: “como vos sos bastante romanticona a lo  mejor te gusta; a mí realmente me pudrió. Decime qué te parece”. No es la primera vez que alguien me da un libro para que brinde mi parecer,- pero esta vez me comprometió con eso de “romanticona”. Nunca leí nada de esta autora que ya escribió-según lo contratapa del libro cuatro libros anteriores- “El revés del alma”, “La mujer de mi vida”, “El resto es silencio” y “Nadar desnudas”. Me llamó la atención que sus estudios son de biología- estudió en la Universidad de Essex, en Inglaterra, y se especializó en genética de población-. También estudió Diseño, trabajó en una agencia de publicidad, y fue directora de arte y editora de la revista Elle. Y, por si fuera poco: escribe.  Una mezcolanza variopinta que me hizo pensar enseguida en una personalidad moderna, inteligente,  multifuncional y, además, flaca. De esas a las que les sale todo odiosamente bien.  Antes de empezar la lectura de la novela, busqué algo de información. En una entrevista comentó:

Yo soy acusada de escribir una literatura sentimental, así como me dicen que soy una escritora para mujeres. No pretendo defenderme, porque no soy la persona indicada para hacerlo. Mi convicción es que los sentimientos son parte intrínseca del ser humano, y que los grandes eventos de la historia, pero también los pequeños momentos de la vida, se mueven por una mezcla, no sé si equitativa, entre la mente y el corazón. Por lo tanto, los sentimientos no son un patrimonio de las mujeres.”

Con unos pocos datos más, por ejemplo, que es de familia judía,  me puse a leer la novela el fin de semana, con la idea de que me iba a encontrar con otra Corín Tellado- lo cual no me iba a disgustar; sobre todo desde que  supe que al gran  Julio Cortázar le gustaban las novelitas-rosa-, y además porque leí toneladas en mi  adolescencia. Sin embargo, a las pocas páginas me di cuenta de que esta novela era diferente. Tiene eso sí,  lugares comunes, por ejemplo: mujeres  delgadas-aunque sean viejas no han variado de peso- además, se mantienen ágiles, y dejan hasta a los más jóvenes por el camino- Usan el cabello largo con cola de caballo que anudan y desanudan con coquetería. Es evidente que el pelo largo-lacio-  forma parte de su atractivo erótico-(el que yo nunca pude ni  remotamente experimentar con mis crespos porque cuando usé el pelo largo, mi cola de caballo era más bien un plumero). El pelo largo que se suelta y se recoge,  no lo aprecié únicamente en esta novela, sino en otras -ya que la acusan de escribir “literatura para mujeres”,  aclaremos que también encontré esos chiches en novelas escritas por hombres-.) La novela está escrita con alguna complejidad que se va desentrañando a medida que se lee: separada en tiempo y espacio, por los mismos personajes que son a su vez los narradores.

Si no estuviera bien escrita, me habría aburrido, pero está armada con precisión y en  la evolución se nota que Carla Guelfenbein no es  una Corín Tellado cualquiera, porque en las novelitas-rosa de la susodicha, no recuerdo ninguna escena femenina masturbatoria  como la que se describe con pelos y señales  en esta.

No es –tampoco- la primera novela que recibe el nombre de un bolero famoso.  Yo ya leí “Arráncame la vida”, de Marcela Serrano. Y tengo pendientes  las de una escritora madrileña Silvia Grijalba, que, –inspirada en una abuela- escribió  “Tú me acostumbraste” y otra-también con título de bolero: “Contigo aprendí”.

“Contigo en la distancia” había nacido con otro título. Es probable que este otro del  conocidísimo bolero del cubano César Portillo de La Luz, sea más atractivo. El bolero aparece en la novela, como telón de fondo de Horacio Infante y Vera Sigall, -tan jóvenes y apasionados el uno por el otro, que  hasta lo bailan- pero en realidad, la trama nos lleva por otros vericuetos: Vera es  una misteriosa escritora ya “adulta mayor” que vive sola, se cae –o la caen- por las escaleras de su casa, Horacio es el escritor al cual estuvo unida apasionadamente en tiempos pretéritos, y las obras literarias de ambos  se “entrelazan” magistralmente.  Yo ya comenté en mi blog, en el texto que llamé “La escritora fantasma”- el caso-real- de una mujer, María de la O. Lejárraga, que escribió las obras de su marido Gregorio Martínez Sierra. Es decir, que era él el que figuraba como el escritor- pero,  la que escribía  era ella. 

Vera Sigall, no es exactamente una escritora fantasma, pero modificó  los poemas de Horacio Infante que logró triunfar a partir de esos poemas llamémosle: “intervenidos” o “entrelazados” con astucia por ella. Horacio no solo no le agradece lo que hace sino que se  enfurece y se separa de ella  para siempre. En la trama de la novela esa es la vuelta más sutil: ya que la  “intervención” de Vera cuya finalidad fue el juego y la mejora,  pudo desatar la ira y separar a dos seres que podrían haber compartido un rico tramo de sus existencias. (El marido de Vera muere, el hijo-que es un nexo entre los amantes- también- Quizás por esas muertes, podríamos pensar en Corín Tellado o en Abel Santa Cruz, ya que  la forma más efectiva de sacar  del medio a un personaje  es dejándolo inválido o mejor aún: matándolo. Este argumento  tiene más volteretas con más personajes, con hijos no biológicos y demás- que les dejo para cuando ustedes la lean, no esperen que les cuente más del argumento de ninguna manera-
En fin.  No me pareció  tan corintelladesca. Se deja leer. Al  fin  y al cabo, es cierto. Me gustan los boleros porque forman parte de los sueños inconfesados.

Fritz Perls- el creador de Gestalt- alguna vez aseguró que:

“Los sueños son cartas existenciales para abrir y aprender a leer”

Y yo creo que sí. Los míos podrían transformarse en una novela que podría llevar el título de otro bolero famoso- de los que más  me gustan- :“Voy a apagar la luz”. Les aseguro que ideas no me faltan. 

Les dejo la versión de "Voy a apagar la luz" de  Simone. 
Espero que les guste. A mí, mucho.













domingo, 19 de julio de 2015

A M I S T A D E S

Mis tiernos Tatitos

En este mundo moderno se han inventado días para todo: día del amigo, día del abuelo, día del padre, día de la madre, día de la secretaria. En fin. Un día para cada cosa y para cada persona. Por supuesto que tienen fines absolutamente comerciales: así lo indican las propagandas de todo tipo que circulan alrededor de cada fecha.

Mañana  -20 de julio- es EL DÍA DEL AMIGO.

 Mi  facebook ya comenzó a inundarse con distintos mensajes. Los hay de todo tipo. Desde los más cursis hasta los más graciosos. Yo agradezco los saludos,   aunque me gustaría que esas demostraciones de afecto fueran personalizadas. Es decir, que los abrazos y besos virtuales fueran de carne y hueso. Con crujidos incluidos- por la edad o por la efusividad- todo vale.
Mis amistades no son muchas. A través de los años, se ha hecho- sin que yo lo haya  planificado-, una criba natural. Me van quedando los buenos de verdad. Esos que ya fueron probados en las buenas y en las malas- sobre todo en estas últimas- Lamentablemente, a medida que van pasando los años, se me van yendo cada vez más rápidamente de este mundo. Otro motivo por el cual me van quedando cada vez menos.
Hace unos días una amiga- de esas incorruptibles- me preguntaba si alguna vez alguien me había hecho tanto daño como para dejarlo de tratar para siempre. Y sí.  Recordé –generalmente tengo buena memoria- tres casos de hace muchísimos años: dos mujeres, y un hombre.
Con las mujeres: hubo  desacuerdos serios en las maneras de pensar y tomar decisiones, además de  manifiestos celos profesionales. En vista de esos desacuerdos-insalvables- ellas dejaron de hablarme y armaron una campaña de maledicencia contra mi persona que me llevó a tener discrepancias con otros.  Las dos se arrepintieron. Acepté las disculpas, las veo de vez en cuando, nos saludamos, charlamos, pero no volvieron a ser aquellas “amigas del alma” que alguna vez creí que eran. En la amistad, se quebró una delicadísima y frágil pieza que no se puede reponer jamás: la confianza. En el caso del hombre,-que fue bastante más que un amigo-  fue allá lejos y hace tiempo: en los albores de mi adolescencia. Creí ser querida, apreciada, valorada, pero no fue así. De la misma manera, después de más de cincuenta años, en las vueltas de la vida, las redes sociales nos pusieron nuevamente en contacto. Él me buscó y se encontró con mi blog. Ahí quedaron sus comentarios. Volví a hablar con él, sé de sus andanzas, de su vida, de sus avatares, pero no accedí a verlo, ni tengo interés tampoco. No le guardo rencor a nadie, pero no puedo volver  restablecer un lazo que se cortó abrupta y violentamente. A mi edad, acepto las amistades que me valoran en mi  justa medida.  Salgo únicamente  con seres libres- y que sepan comprender mis rarezas-. Lo dice Rosa Montero y yo lo apruebo: “tener una pareja significa tener a alguien con quien compartir tus rarezas.”

Por eso, a las amistades que me quedan les digo- junto con Fito Paez-:

"Ya ves el tiempo pasó, la vida se nos vino encima. Tratame bien."

Me lo merezco. Y vos sabés que sí. Gracias.

Pinchá  si querés escuchar el tema. 




Fito Paez -imagen tomada de Internet- 






lunes, 13 de julio de 2015

T A N G U E C E S

Otra joyita para disfrutar: "Los Tangos del Cuque"

Conseguí, finalmente, uno de los pocos libros  de Jorge Cuque Sclavo, que me faltaba: Los tangos del Cuque. Aquejada por una rebelde bronquitis, obligada a estar en cama,  “guardada en el sobre”, -ya que voy a desempolvar vocabulario tanguero, lo empiezo a usar- Dediqué casi todo un fin de semana a leerlo, posponiendo la lectura de  otros interesantes libros. Excepcionalmente leo más de uno  a la vez,  porque me gusta concentrarme. 
A juzgar por la/s “Dedicatoria/s” que tiene, es evidente que su selección abarca muchos años de dedicación al género. La primera es para Carlos Gardel. Y no deja dudas de que cantó  tangos de  los buenos y de  los otros:
“Al señor Carlos Gardel, por todos los tangos que cantó y por todos los que no debió cantar e igualmente cantó (y lo bien que hizo).”
Este 24 de junio de 2015  se cumplieron ochenta años de la muerte de Carlos Gardel. Y yo, empecé a  pensar para escribir esta entrega. Los capítulos, cada uno con un título provocador- como todos los que ponía el Cuque- están  ilustrados con grabados de los Archivos de Librería Linardi &Risso y de Editorial Monte Sexto.

DIMINUTANGOS

No es un libro de “preferencias”-como se podría pensar por el título-, sino más bien, de  crítica a las letras de tango que le parecieron cursis o decididamente fuera de lugar. Así, cuando se refiere –por ejemplo- a los “diminutangos” (O, los peligros de la condición diminutiva en el tango”) comenta  dos tangos con tendencia liliputiense desde el título:
“Caminito del Taller” y “La cartita”.
Voy a tomar únicamente   la letra de “Caminito del taller”,  pero antes, voy a transcribir lo que señaló certeramente Cuque Sclavo sobre sus dos  ejemplos de diminutangos:

“Nos ocupan dos tangos que tienen una cosa en común: el diminutivo.
Uno es Caminito del taller, y es del excelente Cátulo Castillo; el otro es La Cartita, De Coria Peñaloza. Ese afán de diminutear, es un viejo ardid de los letristas de tango, como para que uno entre incauto en su tango, diciéndose, abrámosle la puerta a la ternura ¿qué de malo puede suceder en un caminito? ¿Qué cosa terrible puede haber en una cartita? Nos imaginamos un caminito, quizás polvoriento, pero rodeado de flores, quizás al atardecer, un poco melancólico, pero con canto de pájaros. Ella y él de la  mano, quizás jóvenes e inocentes. Cuando el letrista titula: Cartita uno se imagina una carta sincera, pura, quizás tonta por inocente, escrita hasta con faltas de ortografía, o quizás copiada de aquellos manuales que existían antes, con fórmulas para nacimientos, decesos, declaraciones de amor, pedido de empleo, etc. Sin embargo, una vez que mordimos ese anzuelo, comprobamos luego, con dolor-como siempre- que hay dos mundos. Uno: el de la realidad tal cual la vivimos todos los días. El otro: el mundo de los letristas de tango. Ese tremendo, complicado, angustioso, tortuoso mundo donde las palabras no entienden lo que pasa, como dice en un hermoso poema Salvador Puig.

El Cuque informa bien. Los diminutivos predisponen a la ternura.
Caminito, no es el único que aparece en esta letra. También están cuerpecito, pasitos, vestidito, personita, costurerita. Todos referidos  a la modistilla en cuestión, que, para colmo de males, y según el argumento, va a trabajar,  pero tiene tuberculosis. Una enfermedad que no tenía cura.  El tango, tiene, además de los diminutivos,  otros “lugares comunes”. Por ejemplo se destacan algunas palabras que únicamente aparecieron en los tangos. Yo, por lo menos, no las recuerdo fuera de ese ambiente.  Ahora agrego mis propios divagues  sobre lo que pude conocer  como sobrina (postiza) de músicos que tocaban el bandoneón, allá por las primeras décadas del siglo XX. Como ustedes recordarán-porque ya lo he contado- tuve como madrina a una partera que era una de las hermanas de los músicos Roque y Miguel Pietrafesa. De ahí me vino cierto conocimiento de la jerga tanguera que no es otra que la que se mentaba en las letras de los tangos. Este conocimiento se ampliaba cuando iba a pasar las vacaciones a la casa de mi tía, porque de tardecita, me dejaba sentar en el escalón delantero  de su casa, con una buena cantidad de medias para zurcir- tenía que estar ocupada sí o sí-. Yo aprovechaba para hacer ojito con un vecino,- Julián-, que llegaba de trabajar en su bicicleta, subía con ella a la vereda, y nos comíamos con las miradas. Nunca cruzamos más que un hola muy ardiente- yo no tenía más de diez años, (sí, fui bastante precoz) - él quizás más de veinte- Era parecido-o yo lo veía parecido- a Elvis Presley. Ahí me quedaba, estremecida después que pasaba, en la nada romántica tarea de  zurcir medias, y de paso, escuchaba los tangos que pasaba el Club Dublín- que quedaba enfrente en la calle Chacabuco-. Me los aprendí todos. “Julián” también. Lo puedo cantar hasta ahora, pero nunca tuve oportunidad de entonárselo al homónimo.
El vocabulario  subsiste en las letras, pero si no se reaviva,  está destinado a desaparecer. No creo que los nuevos letristas lo empleen, porque además de que perdió vigencia, “la piqueta fatal del progreso”, -como bien señala una famosa letra de tango- avanzó y picó tanto que apenas quedan vagas ideas. Hace unos días cené con veinteañeros. En más de una ocasión, en la charla- y no era ni de música ni de tango- tuve que darles significados de palabras que yo empleaba y ellos desconocían. Una fue “arrabal”. Ni más ni menos.  Cuque, aquí voy. Un poco contigo- no creo que te enoje el tuteo de una vieja admiradora tuya- y un poco conmigo. Con tus tangueces y las mías.

FANGO

Palabra tanguera. La usual es “barro”, pero nadie la usó para ninguna letra. “Fango” fue-probablemente-  elegida para que rimara con “tango”. Connota muy habitualmente  a la jovencita que –ingenua- “rodó por el fango”-  Desafío a que la encuentren en otro lugar que no sea en una letra tanguera. Hay-inclusive- un tango que se llama “Flor de fango”- y que comienza así:
Mina que te manyo de hace rato,
perdoname si te bato
de que yo te vi nacer...
Tu cuna fue un conventillo
alumbrado a querosén.
Justo a los catorce abriles
te entregastes a las farras,
las delicias del gotán....
Te gustaban las alhajas,
los vestidos a la moda
y las farras de champán.

 No  necesita que siga aclarando a qué  se refiere- ¿no?

PERCAL

Era- y sigue siendo-  una tela barata- que  fue muchas veces nombrada en las letras para connotar la  “tela de las  pobres”. La mina, o percanta, que había “olvidado” su vestidito de percal, por las sedas y las pieles de zorro, se convertía en una “pelandruna abacanada”- en las letras y en la vida real- Como era  una telita de poca monta, se solía ponerle almidón para darle más prestancia. De ahí que se oyeran los frufruces- (voz onomatopéyica que reproduce los crujidos de la tela almidonada.) (Sí. ¡Por supuesto!  Hay un tango con ese nombre; "Percal" ….)  

TALLER

El empleo posible  de las “pelandrunas” (mujercitas pobres) -mal pagado, por supuesto,  era el taller de costura. Por esa razón, la costurerita del tango-ya me contagié con el uso de los diminutivos-  desgraciada, desafiaba el frío, con su “vestidito de percal” cobijándose “contra la pared” para huir del vendaval invernal. Lo más seguro era que la “costurerita diera el mal paso” y, cayera en las garras de algún “gabión”  que solía explotarla sin miramientos. Pero esta pobre, no podía llegar a ser explotada, porque estaba enferma. Otra palabra para designar al trabajo era  “conchabo” -  una posibilidad de pobreza que no daba para vivir holgadamente pero que había que aceptar porque era lo único que se conseguía-. Hubo varias mujeres en mi familia que fueron “costureritas” o “midinettes” (palabra que también aparece en la letra) hasta que lograron salir de la Misiadura con su dedicación y sus estudios: mi madre y mi tía fueron dos ejemplos claros. Nunca dejaron del todo de coser. Mi tía me hizo varios vestidos para ir a los bailes y supo transformarme varios con su creatividad para que siguieran dando que hablar en las fiestas y reuniones. Siempre parecían nuevos. Fue una fortuna muy grande tenerla en esos tiempos. Yo no heredé ninguna condición para la costura ni para el zurcido, ni para el bordado o tejido. Hacía todo lo que me mandaban, pero lo hacía mal. Mi pobre tío que era un santo varón, igual se ponía las medias que yo zurcía, únicamente porque me quería mucho. Felizmente, otras virtudes me impidieron ser una  pelandruna abacanada.

Transcribo el hermoso poema que nombra el Cuque de Salvador Bécquer Puig. 
Al final, van los enlaces para escuchar dos tangos: Caminito del taller en la voz de  Carlos Gardel, y Julián en la voz de Nina Miranda. 



POETA URUGUAYO SALVADOR  BÉCQUER PUIG
9  de enero de 1939 – 3 de marzo de 2009
Al Comandante Ernesto Che Guevara


Las palabras no entienden lo que pasa:
Las vocingleras, las oscuras, las dóciles,
las que llaman las cosas por su nombre,
las que inventan el nombre de las cosas;
las palabras que dije o me dijeron,
las que aprendí en los libros,
las que escribo,
las que pensé mirando una ventana,
las que acercándose al silencio, gritan;
las que al tocar el fuego, se desfogan,
las que truecan los trinos y los truenos,
las que sirven la mesa de mi casa,
las de la nítida caligrafía que cae por las paredes de la escuela,
las que dicen a dúo el pez y el pájaro;
las palabras que tuve o que no tuve
para llamar al mundo y que viniera,
las que tienden un hilo minucioso
que va de los balcones a las bocas,
y de las bocas a la historia, y pasan,
las que pasan la noche entre papeles,
o suben la escalera del insomne,
y se introducen en su sueño a ciegas;
las que ordenan el ruido en los rincones,
las que barren el vómito de rabia,
las que saltan del fémur a la luna,
las que cortan la sombra calcinante,
las que labran un nombre en una piedra
para mejor perpetuar el olvido,
las que bajan al árbol por el aire
y se trepan al cielo por el tronco,
las que mastican un cangrejo lento,
las que anuncian el fin de la Cuaresma,
las que le quitan sueño al asesino
y lo dejan dormir y le montan guardia,
las que no sangran, aunque se las hiera,
las que no mueren, aunque se las mate;
las que roban futuro en un embudo,
las que administran mitos y virtudes,
las que mantienen trato con el viento,
las que advierten el agua incinerada,
las que abren los labios de la tierra
buscando el astrolabio de tu grito,
las que te dicen, sin creer que oyes:
–Vuelve a pelear Ramón, aunque te mueras...
Las palabras no entienden lo que pasa.
(1968)



Pinche en las fotos  para escuchar los tangos: 


Caminito al taller cantado por Carlos Gardel



Julián Cantado por Nina Miranda










viernes, 10 de julio de 2015

APUNTES SOBRE "EL DESFILE SALVAJE"

Tapa de la novela "El desfile salvaje" 

Contratapa de la novela "El desfile salvaje" 
“El Desfile salvaje”,  novela del escritor uruguayo  Hugo Burel, según se expresa en su contratapa,  es  una historia del mejor cuño de la novela negra, un   inquietante thriller psicológico.
Confieso que no le di mucha  importancia  a esta definición, porque no es el tipo de novelas que más me atrae.  Sin embargo, he seguido la trayectoria narrativa de Burel con sumo  interés desde sus primeros años y  he leído bastante de lo que publicó. Por lo tanto, si bien no soy una experta en novela negra,  soy en cambio, una lectora pertinaz. Por eso, creo que puedo atreverme con algunas aseveraciones, pero con sumo cuidado para  no presentar  ninguna de las características  que marcó  la profesora Mercedes  Ramírez en su “Sintomatología de un profesor asustado”   Por ejemplo, la que  dice que ese sujeto julepeado:

“Usa la jerga teórica del último libro que leyó”.

Trataré, entonces, por lo menos,  de no incurrir en ese error.

Las novelas burelianas,  no son para leerlas en forma paulatina. Atrapan desde el principio y más vale tener tiempo para leerlas de un tirón.
Lo primero que llama la atención cuando se observa  El desfile salvaje, sin intención aún de leerlo, es la tapa.  Hay  una imagen que me  resulta conocida y  que me  parece haber visto alguna vez: ¿dónde? Después viene el  enigmático título: “El desfile salvaje”, ¿Leí antes esa frase?
 Apenas, abro el libro veo en la solapa,  una foto de Hugo Burel, tomada por Amílcar Persichetti.  También me llama la atención. Ya no es -obviamente- el joven compañero del Instituto de Filosofía Ciencias y Letras, de la época en que cursábamos  la Licenciatura.  En esta foto, tiene  el cabello blanco y corto, no usa barba,  el gesto es  serio,  y uno de los ojos, el izquierdo,   está casi anulado por la penumbra. Como   un fotógrafo profesional no puede  cometer errores como los míos,  cuando las fotos me quedan oscuras o semi-veladas, pienso que debe haber algún motivo para este sombreado.  Miro el año de nacimiento y saco cálculos.
Después leo  los epígrafes.
La lectura del primero me devela el misterio de la tapa y del título. Ahora ya sé de quién es la imagen que me resultó conocida,   y la del segundo me ubica en lo  del “inquietante thriller psicológico”.

No voy  a “cuadricular el texto, o a compartimentarlo en “momentos”,- según otro síntoma del docente medroso-, pero no puedo dejar de señalar que las posibilidades de estudio que ofrece  esta obra son múltiples. Menciono al pasar,  por ejemplo: el tema del doble con  los parecidos físicos que se dan entre  personas que no están unidas por lazos genéticos, el papel del azar o la casualidad en las vidas, la confusión entre realidad y sueño o ficción, el paso inexorable del tiempo, los engaños de la vida, las trampas que uno se tiende a sí mismo,  las distancias-no siempre físicas- que terminan separando  a los seres humanos; la incomunicación o sensación de vacío, cuando se comprueba –como dice el narrador- que no conocemos a nadie.  Quizás, una de las líneas más importantes sea:
la búsqueda de la redención por medio de la escritura.
 En fin. Son tantas que resulta imposible abarcarlas en su totalidad, por lo cual, señalaré simplemente,   algunas de las que más  me interesaron.

En una ponencia sobre la primera novela de Burel: “Matías no baja”, Alicia Brandou y Myriam Maristán afirman:

“Se dirige a un lector informado ya que son varias y constantes las referencias musicales, literarias, cinematográficas, pictóricas y políticas”.

 Es cierto. Y si eso ya era notorio  en  su  primera novela,  en esta que es  un  producto de su plena  madurez, las referencias al mundo cultural abundan. No son gratuitas, no están puestas porque sí, y marcan- indudablemente-, uno de sus rasgos de estilo.

Por ejemplo, para la descripción del personaje Adriana,  en  su juventud, de quien antes  se adelantó  que  “era una mezcla de intelectual y geisha” se agrega   lo siguiente:

“chica que era una versión vitaminizada de la Jean Seberg de “Sin aliento”.

No creo que los lectores que no sean  cinéfilos y que no tengan cierta edad,  puedan recordar el rostro de inocente apariencia y la nuca de   cabellos cortos de la actriz de esa película de la Nouvelle Vague. Mi memoria asociativa,  vincula  su imagen  junto a la de Jean Paul Belmondo.

Jean Paul Belmondo- inolvidable para mí- y Jean Seberg (Imagen tomada de Internet) 

La  narración en primera persona, asumida por   el personaje Marcelo,  es muy útil para escamotear o dosificar  la información que irá  apareciendo sabiamente manejada, a medida que se avanza en la lectura. El punto de partida es la muerte del integrante de un grupo  que motiva el reencuentro  de sus  amigos de la adolescencia.

Marcelo, el narrador/escritor del thriller bureliano.

Es el encargado de llevar al lector hasta el desenlace del acertijo, y  para eso, señala con  piedritas el camino  como Hansel y Gretel, para volver a casa.
¿Cómo es Marcelo? ¿Tiene similitudes con Philip Marlowe el detective que inmortalizó Raymond Chandler?
 Veamos algunos aspectos:
 Hace   una inteligente introducción sobre sí mismo: se ocupa de “escritos legales” y escribe  para rescatar la historia que, de otra manera, “estaba condenada a perderse”, y también para “intentar desentrañar su sentido oculto”.  Fue aconsejado por el editor para agregar las citas  que “acaso sean meros intelectualismos”. Empiezan a aparecer más piedritas para señalar: no quiere que el lector lo considere un intelectual. Cuando se avanza en la lectura se encuentran otros datos: es- si le queremos creer-: “un abogaducho mediocre”  perezoso, disponible, (divorciado), que escucha jazz,  toma whisky y otras bebidas espirituosas  y hace frecuentes “estudios-incluso seminarios- alcohólicos”, que le provocan resaca y dolor de cabeza.
Tiene un “esforzado Chevette” y trabaja en una “sórdida – mugrosa-vetusta- oficina”. Y tampoco  deja  pasar la oportunidad para calificarse como “sentimental”.  Esta imagen de perdedor, tiene algunas semejanzas con Philip Marlowe: la oficinita pobre, el gusto por el  jazz y el alcohol, las resacas, el uso de la primera persona para narrar  y quizás algunas ironías. Sin  embargo,   Marcelo está concebido desde una visión uruguaya: dice  ser sentimental y se tira a menos, pero,  conduce y dosifica la narración, descifra el enigma e incluso, un anagrama vital en el desenlace. Es sí, como Philip, o más que Philip, un héroe de un tiempo convulso, despiadado,  cínico y descreído. Un importante punto a su favor: pondrá su tenacidad a prueba para descifrar el acertijo, ya que eso le permitirá “zafar de otros asuntos y de ese gran expediente inmovilizado que era su propia vida”. Esta búsqueda  le permitirá “ser otro”. Marlowe tiene otras características: Es  un “private eye” solterito, al menos en las novelas concluidas,  sin amor y sin sexo. Las mujeres le gustan, pero tiene la firme  convicción de que no debe mezclar el amor y el sexo con un caso a descifrar. El mismo Raymond Chandler afirmaba de su personaje:
“I think he might seduce a duchess and I am quite sure he would not spoil a virgin.”   (Pienso que podría seducir a una duquesa, pero estoy casi seguro de que no echaría a perder a una virgen.)
Marcelo, en cambio,  no es un detective privado sino un abogado. No sé si podría seducir a una duquesa pero me parece que no rechazaría  a una virgencita si  se le diera la ocasión. Tiene otra escala de valores: dice y no dice y lo que dice hay que tomarlo con pinzas.
 En la novela,  va introduciendo aspectos psicológicos y filosóficos: el misterio de los cambios en las personalidades, los lados ocultos, y los iluminados, (¿quizás por eso la foto de su autor con una parte del rostro en  penumbras?)  Se subrayan  los cambios de los compañeros del grupo de la adolescencia a través del tiempo  y se expresa la idea de que el conocimiento del otro es una total utopía porque: cada uno de nosotros había cambiado demasiado” (pág.119) (...) “los que habíamos sobrevivido éramos extraños” (pág.284).
 Hay una imagen que sintetiza magistralmente el dolor de esa soledad o sentimiento de “otredad” irremediable:
“(...) el sueño había terminado y estábamos todos dispersos y distantes, alejándonos como masas de hielo que derivan en un mar helado”. (pág.371)
En cuanto a  la confusión de la vida y   lo radical de los cambios,  lo más conmovedor es  que Esteban, “el coronado de laurel”, -si se atiende al significado de su nombre-,  el triunfador total, el que todo lo tuvo, el que logró el éxito, la estabilidad económica,  y, el primer premio de la mujer virgen,- de alguna oscura manera, la liebre abatida con la escopeta-, se despeñó en la persecución del vano espejismo de un amor no correspondido.  Marcelo, en cambio,  el perdedor nato, el pobre, el alcohólico, el que fracasó en su matrimonio, el que  quizás tampoco logró  ser un buen padre,  termina siendo una especie de triunfador, -  aunque  solitario-  porque  dice que no sabe escribir y que lo suyo son las leyes, pero  recupera una  historia y a través de ella, una memoria, por medio de la escritura. Además, sobrevive y sale airoso.
¿Seguirá siendo protagonista de otras novelas? Condiciones no le faltan.

Las mujeres del thriller

Ya me referí anteriormente a la imagen intelectualizada de Adriana, “la musa”  a través de la mención a la actriz Jean Seberg. Es la  “pincelada” más notoria, pero no es la única.
Sobre Mónica, la esposa de Esteban, el lector encuentra estos datos:

(...) “poseía ese tipo de belleza moderna y a la vez exótica que la cultura de masas imponía desde el norte. Parecía una chica salida de la revista Elle” (pág.96)

Rosalía, la madre de Esteban, el muerto, se  evoca joven y tentadora para los  adolescentes. El narrador la trae al relato,  por medio de una  sensación auditiva; cantaba en la cocina, mientras hacía la tarea: “su voz es profunda y a la vez tersa” (...) y olfativa: “Al moverse, un perfume inconfundible se desprende de ella: las cremas que usa para suavizar su piel la envuelven en ese aroma fresco y a la vez íntimo que flota en su baño. Jamás huele a verduras o a condimentos y menos a detergentes de limpieza”. (pág.51)

Es un recuerdo sublime-como  muchos  recuerdos-; no hay mujer que tenga que cocinar para cinco varones, que se pueda sustraer al olor a milanesas en el pelo o al de ajo y perejil en las manos. Pero, aceptémoslo.  Rosalía es el primer objeto de deseo: la mujer madura, que se recuerda  joven y apetecible,  con  sus hijos llamándola por el  nombre, y que dejó en la memoria olfativa de Marcelo el  perfume de sus cremas, impregnando el lugar íntimo del baño,  como parte del halo de su atractivo sexual.

Algunas expresiones le pararían los pelos de punta a cualquier feminista: las mujeres -si se presenta  la ocasión, – se aprovechan- se toman- (pág. 105) –se sirven- (pág.106) y se tiran (pág. 270)

 Ariel cuando recuerda a Rosalía dice:

“-Más que guapa, estaba buena-

Con respecto a Mónica, el narrador comunica:
(...) “sabía que en el fondo de mis afanes podía encontrar un asomo de deseo, de ganas de manosearla, y de recogerla-en todos los sentidos, el figurado y el literal-como otro de los despojos que  Esteban había dejado tras de sí”. (pág.198)
¿Sentimentales? No lo creo. Los “oscuros” (para mí- al menos-más bien clarísimos) objetos del deseo, tienen una  innegable connotación machista.
En  el caso de la enigmática fotógrafa, la aproximación se hace, en una primera instancia,  por  medio de una foto, que da la oportunidad de describir la ropa, la actitud, la posición frente a la cámara, cálculo aproximado de la edad, y un juicio de valor: era muy atractiva. (pág.148)
Casi todas ellas son atractivas.
Con respecto   a Rosalía,  se la recuerda en su plenitud, no en su vejez. Y las que pasan los cuarenta, aún se mantienen, con algunas arruguitas pero potables a los ojos masculinos. No hay ninguna mención sobre obesidad,  várices, glaucoma crónico, celulitis, diálisis, demencia senil,  bastones canadienses, pañales geriátricos o  similares   miserias humanas que se dan en la “vejentud divino tesoro.”  Sí está presente el cáncer. El cangrejo que destruye plenitudes; pero  es muy  ágil  y completa en forma  meteórica su labor destructiva. Irene es, quizás por eso,  la más “desdibujada”. Apenas se hace mención a que en algún momento recobra “aquella antigua mirada de adolescente avispada y reconcentrada a la vez” (pág.18) y al vacío de su lado izquierdo llenándose de angustia.  Es la cancerosa que no fue musa de ninguno. Profesional, divorciada dos veces, con un  hijo de cada matrimonio,  ningún integrante del grupo,- en su mejor momento-, “la aprovechó”  “ni la tomó, ni “la sirvió” ni “la recogió”.  Todas las palmas se las llevó Adriana.
Marcelo dice  que es la antítesis de Adriana.
A mí el  significado de los nombres siempre me interesó porque estoy segura de que “marcan” la existencia- sea en la realidad  o sea en la ficción-: no sé si es una casualidad, pero  el nombre  Irene significa: “paz”   y el de  Adriana: “oscura”.
Otro detalle iluminador: Adriana y la fotógrafa tienen parejas más jóvenes. (¡Bien por ellas!)
Las descripciones que hace Marcelo de ambos hombres, son estupendos ejemplos de envidioso humor corrosivo.

A modo de conclusión de estos apuntes

Marcelo trabaja pacientemente en el armado del rompecabezas; y el lector también hace lo que puede para seguirlo, porque desde la lectura de los epígrafes hasta el final, todas las piedritas que se encuentran en el camino son intelectuales.
El primer epígrafe es de Arthur Rimbaud:
“J’ai seul la clef de cette parade sauvage”
“Yo  solo tengo la clave de este desfile salvaje”

Y el segundo, citado en español, es de Raymond Chandler:

“No hay trampa tan mortífera como la que uno se prepara a sí mismo”

Un  comentario del filósofo  Gustav Radbruch colabora eficientemente también, porque señala que todo enigma puede tener la solución pensada por el inventor, y, además, alguna otra posible,   incluso con un sentido distinto al que le confirió su creador.
 Por eso, quizás,  en  las pertenencias del muerto, aparece el tomo subrayado o marcado de Las Iluminaciones de Arthur Rimbaud,  y un ejemplar de La tierra baldía de Eliot. Dos  textos que  son  herméticos y por lo tanto,  con múltiples posibilidades interpretativas, incluidas las esotéricas.
Este comentario de Rops (supongo que es Felicien Rops,) conduce hacia el mismo perfil de interpretación:

“A la mayor parte de los textos de Rimbaud es posible hacerle decir aproximadamente lo que uno quiera, porque las palabras corresponden a realidades con las que estuvieron identificados sólo por un momento y en disposición de ánimo preciso que a la sazón se encontraba el autor”. (Pág.232)

Al fin y al cabo, no es ni más ni menos que lo que  ocurre con todos los textos: cada lector construye, “arma”  el suyo propio; de acuerdo a su real saber y entender. El significado de lo que leemos se “nutre” de nuestro bagaje cultural.

La  lectura de esta obra deja  diversas sensaciones: por ejemplo, que  el pasado es irreversible o irrecuperable; en palabras de Esteban:
“Entonces tocábamos la eternidad pero no lo sabíamos” (pág. 345).
Cualquier intento por reanudar los lazos de amistad, con pacto de sangre incluido, o de reinventar la magia del deseo o del amor, son  absolutamente vanos. No hay, tampoco, una visión gozosa de las relaciones carnales: no es suficiente con  que  Adriana se descalce y se suelte el moño; lo único que logra es una gimnasia sexual, a la que le sigue un vacío  aún más profundo.

Como dice Neruda en su poema 20:
Nosotros los de entonces ya no somos los mismos”

Deliberadamente dejé para el final a la fotógrafa, a la mujer  del nombre más connotativo: Moira. La hermosa fascinante, desnuda, debajo de un vestido transparente, de color  amarillo-simbólicamente: esplendor, luz, y locura-.
 La que sacó de quicio  a Esteban, y dejó alelado a Marcelo.
Si se atiende al  concepto griego,  moira,  es “la parte que toca”.  La moira o el destino, de cuyo designio nadie puede escapar, porque lleva implícito el concepto de fatalidad. Ese destino, arbitrario, caprichoso, dispone  a su antojo los amores y los desamores, las vidas y las muertes, y por último, la separación definitiva -otra forma de morir-  de los amigos de la  infancia.

En el gigantesco juego paradojal  de la existencia,  queda  sin lugar a dudas, la soledad  de los témpanos de hielo, deslizándose, silenciosos,  en sus diferentes caminos de una circularidad inexplicable.

Considero a “El desfile salvaje”, por todo lo anteriormente señalado, como una especie de “novela-palimpsesto”,  porque cada lector, de acuerdo a la interpretación que haga,  borrará y trazará sus propias marcas, hasta obtener al final, su propia versión. Esta nota que escribí- por ejemplo-  es parte de mi versión.

 La escritura – en ese sentido- redime y  su contrapartida,  la lectura, también.




ALCIRA

  En estos tiempos navideños que corren, —y siempre— su ausencia es muy notoria porque con su amabilidad natural era el alma del taller Tuli...