sábado, 30 de abril de 2016

NIÑERAS


"The Nanny" -popular serie de los 90- Actriz Fran Drescher-


Cuando he comentado las películas de Woody Allen, he repetido-invariablemente- que soy incondicional de él- lo cual es absolutamente cierto-. Me quedó un tema en el tintero. Tengo en común con él, -además de que  los dos nacimos un 1º de diciembre-,  que fuimos torturados por diferentes niñeras. Extrañas coincidencias del destino.
No hay duda de lo difícil que es encontrar una persona idónea para el cuidado de niños. Habitualmente, la gran mayoría no tiene ninguna vocación, simplemente, la toman como un remedio a una necesidad económica. Se sabe que  no cualquiera puede cuidar infantes. He conocido casos que las han contratado tan siniestras –o más- que las que tuvimos Woody y yo. Recuerdo una-en particular- que le daba a un bebe de siete meses pastillas para dormir. Por esa razón, cuando la madre llegaba-invariablemente- el niño estaba durmiendo. Como le costaba mucho despertarlo, porque parecía drogado, siguió el consejo de su madre y puso cámaras de vigilancia dentro de la casa. Así pudo comprobar la tropelía.

Hoy, en honor a mi admirado Woody Allen,  voy a rememorar a la que recuerdo como más siniestra y a otra buena.
Como ya lo he comentado en otras ocasiones, mi madre y mi tía-madrina eran parteras y trabajaban fuera de sus casas en la Maternidad del Pereira Rosell- que en aquella época, era un pabellón-Mi madre me tenía a mí, y mi tía tenía a Ruben que había nacido en 1950.  Debido a sus actividades, cuando una no estaba, la otra la “cubría” en lo posible, pero las más de las veces, necesitaban que alguien se ocupara de nosotros. Así llegaban a nuestras casas, diferentes especímenes. Yo, no recuerdo cómo ni de dónde las sacaba mi madre, pero tuve muchas que no eran aptas para cuidar niños, ni siquiera en forma remota, porque los odiaban.
La más siniestra que me tocó en el azar de la vida, fue una brasileña. Absolutamente negada para cuidar criaturas, dueña de una tortuosa maldad. Se llamaba Irasema y contrariamente a lo que indica el significado de “nacida de la miel”, lo que más destilaba era una amarga hiel. Nunca pude saber qué había provocado en Irasema esa actitud de constante enojo. Quizás fuera anorgásmica, porque su negatividad era absoluta. No me dejaba hacer nada. Me mantenía sentada en el sofá del living. Sin moverme. Si me movía me gritaba. No me golpeaba pero me amenazaba. La mayor parte del tiempo pasaba farfullando en portugués. Un buen día quise ir al baño, y no me dejó. Me hice encima. Me zarandeó y largué a llorar. Lloraba  por el zamarreo, pero también por el bochorno de haberme meado encima. Irasema no pudo  calmarme de ninguna manera. Si se me acercaba, yo gritaba como un marrano. Creo que se asustó porque mis alaridos traspasaban las paredes. Esa vez fue la última porque cuando llegó mi madre, entre hipos, le conté cómo me torturaba psicológicamente.  Con los años, reconocí el empecinamiento como una característica de mi personalidad: si me lastiman respondo con dolor, y no se me pasa por nada del mundo. Me queda-para siempre – una sensación de rencor soterrado. Al punto que la puedo recordar en forma absoluta hasta el día de hoy. Mi  madre escuchó mis balbuceos entre sollozos, los atendió y entendió. Irasema no volvió más.

Una niñera pacífica.( Imagen tomada de Internet).


La que recuerdo como una de las  buenas se llamaba Mireya.
Era muy joven y venía “con premio” –como decían en mi casa-: un bebe de pocos meses. Vino como “empleada con cama”- es decir que vivía  con nosotros, y hacía de todo, mientras tanto,  yo cuidaba a su bebe. Le decíamos “Coquito”. Yo dejaba con gusto a  uno de mis malcriados por ese bebote que sonreía al menor intento, y que balbuceaba incoherencias. Mireya era muy alegre. Cuando mi madre se iba, prendía la radio y bailábamos. También cantábamos todas las canciones de moda de la época, sobre todo boleros. Mi madre también cantaba, y por eso, sé letras de canciones desde la niñez. (A mi juego me llamaron). Bailando y cantando con Mireya yo era feliz.
Por otra parte, en las tardes soleadas, cuando mi madre llegaba cansada, era ella la que me llevaba a la placita de los Treinta y Tres a pedalear en mi triciclo. Y no salíamos únicamente a la placita, también íbamos al Prado y al Parque Rodó y a la playa. Mireya se fue ganando la confianza de mi madre, y mi absoluto cariño. Pero, todo lo bueno tiene su fin. Un buen día, apareció el papá de Coquito con intenciones de casarse. Me encantó acompañarla en la iglesia llevando una canastita con flores que me habían dado.  Pero ya no trabajó más en casa,  se fue para su pago natal: Paysandú. No la vi nunca más, pero la recuerdo hasta hoy con  un profundo agradecimiento.





lunes, 18 de abril de 2016

"LOS INMORTALES" BURELIANOS

Obra narrativa: "Los inmortales" de Hugo Burel 


“Condenados a la inmortalidad y al bronce, sus rostros no se vieron ni una sola vez frente a frente.”
“Los inmortales” página 12 Hugo Burel

Fui al Teatro Alianza  a ver la adaptación de Hugo Burel- basada en  su novela homónima- “Los inmortales”.
Ya se sabe que es muy difícil transformar  una narración en un texto dramático. No es la primera vez que Burel aborda esta dificultad, pero en este caso, creo que fue más difícil. ¿Por qué? Porque desde el comienzo esta obra narrativa es  ficción absoluta. Aparicio Saravia y Batlle y Ordóñez jamás tuvieron un encuentro persona a persona. Nacieron-sí, y lo dice el texto y la obra teatral- el mismo año: 1856- pero no coincidieron o no quisieron coincidir- en encuentros personales. Uno era de la ciudad, el otro netamente  del campo. Irreconciliables desde el “vamos”. Esa realidad-ficticia- es la que  crea  Burel con todos los riesgos consabidos.

¿Desde dónde lo hace?

En el texto narrativo, lo  aborda en un preámbulo que tituló “Algunas advertencias al lector”  desde el  recuerdo de su abuelo  materno: Juan Guerra,  al que describe escuetamente, pero con  algún dejo de ternura: “apenas si  sabía leer y escribir y era un gaucho auténtico. Tenía el pelo blanco, la mirada altiva y el hablar florido de vecino de Raigón, Departamento de San José”. Es ese abuelo el que le acercó a Burel-niño,  algunos cuentos, que-supongo- en la fértil imaginación del nieto, “prendieron” de manera tenaz. Así desfiló Aparicio-uno de los “inmortales”-  llevándose una caballada del pueblo,-  el Burel adulto deduce que fue en 1897, -fecha clave- cuando el abuelo tendría  por ese entonces, unos nueve años. También es ese mismo abuelo el que le relata  la llegada de un tren embanderado- cuando era una novedad para todo el mundo- con un señor corpulento que se plantó en el pescante del último vagón, y se mandó un discurso ante una multitud que lo esperaba. Si bien, Juan Guerra simpatizaba con los blancos la llegada de ese otro señor también le mueve el piso a juzgar por la iluminación de sus ojos. Ese señor corpulento era el otro “inmortal” de la historia: José Batlle y Ordóñez.
Anoté que no es la primera vez que Burel realiza este peliagudo trabajo. Yo conozco, por lo menos,  uno más que  leímos  en clase con un grupo de estudiantes y también fuimos a ver al teatro. En ese caso, fue el cuento “El elogio de la nieve”, que  “saltó” de la narración a la adaptación teatral.
Mis estudiantes habían leído el cuento, lo habían comentado en clase, y vieron  la obra con entusiasmo. Con el paso de los años, me di cuenta de que el entusiasmo fue más pronunciado porque  habían leído el cuento, y- todos-, tenían una idea de lo que pasaba  con personajes sin nombre-apenas señalados por apodos o el por  espacio que ocupaban en el boliche- y, al día siguiente, en la clase tuvieron muchos comentarios para hacer.

Pero esta otra adaptación es más ambiciosa. No se trata de la discusión de un hecho que parece inverosímil-como el caso de que haya caído  nieve en Uruguay- algo que ya ahora, a juzgar por todos los accidentes atmosféricos que vamos sufriendo-incluidos  los tornados- ya estamos más que dispuestos a creer- sino la creación de un encuentro-  en dos oportunidades- que jamás tuvo lugar en la historia del país: el diálogo entre los “dos inmortales”: Aparicio Saravia y José Batlle y Ordóñez. Para eso tuvo que crear una atmósfera de afiebrado delirio- que es posible percibir en la novela, así como también se da  en la creación teatral. No sé si hubiera podido percibir  esa atmósfera alucinada, sin la previa lectura del texto.

Los encuentros y desencuentros entre seres humanos no siempre se dan.  En muchos casos,-creo que el de Saravia y Batlle es uno- los mismos protagonistas los eluden sistemáticamente. En otros, -simplemente- no se producen. Las circunstancias no se presentan, o “los planetas no se alinean” a nuestro gusto.  Cuando hemos deseado con toda el alma un encuentro que no se dio, queda una profunda melancolía por lo que no pudo ser en el alma de los que desearon o quisieron, pero no pudieron encontrarse.

Esta obra me trajo a la memoria la “Carta en mano propia” que Julio Cortázar le escribió a Felisberto Hernández- ya fallecido- con motivo de prologar un libro de  sus novelas y cuentos. Vale la pena mencionarla porque, ahora, con los dos ya desaparecidos, -Felisberto y Cortázar- es quizás  posible trazar una especie de paralelo con la obra(o las obras) de Burel.
Transcribo un fragmento donde Cortázar plantea en su carta a Felisberto, -reitero: ya fallecido-, su sorpresa al saber que habían andado en  “rutas paralelas”, pero sin encontrarse jamás:

(…) En estos días en que andaba dándole la vuelta a la máquina de escribir como un perrito necesitado de árbol, encontré cosas tuyas y sobre vos que no conocía en los remotos tiempos en que por primera vez leí tus libros y escribí páginas que tanto te buscaban en el terreno de la admiración y del afecto. Y te imaginarás mi sorpresa (mezclada con algo que se parece al miedo y a la nostalgia frente a lo que nos separa) cuando llegué a un epistolario recogido por Norah Giraldi, en el que aparecen las cartas que le escribiste a tu amigo Lorenzo Destoc mientras hacías una gira musical por la provincia de Buenos Aires. Como si nada, sin el menor respeto hacia un amigo como yo, fechás una carta en la ciudad de Chivilcoy, el 26 de diciembre de 1939. Así tranquilamente, como hubieras podido fecharla en cualquier lado, sin demostrar la menor preocupación por el hecho de que en ese año, yo vivía en Chivilcoy, sin inquietarte por la sacudida que me darías treinta y ocho años más tarde en un departamento de la calle Saint-Honoré donde estoy escribiéndote al filo de la medianoche.
No es broma, Felisberto. Yo vivía entonces en Chivilcoy, era un joven profesor en la escuela normal, y vegeté allí desde el 39 hasta el 44 y podríamos habernos encontrado y conocido. De haber estado a fines de ese diciembre no hubiera faltado a concierto del Terceto Felisberto Hernández, como no faltaba a ningún  concierto en esa aplastada ciudad pampeana por la simple razón de que casi nunca había concierto, casi  nunca pasaba nada, casi  nunca se podía sentir que la vida era algo más que enseñar instrucción cívica a los adolescentes o escribir interminablemente en un cuarto de la pensión Varzilio. Pero habían empezado las vacaciones de verano y yo aprovechaba para volver a Buenos Aires donde me esperaban mis amigos, los cafés del centro, amores desdichados y el último número de Sur. Vos tocaste con tu Terceto en eso que llamás a secas “el club” y que conocí muy bien, el Club Social de Chivilcoy detrás de cuyo amable nombre se escondían las salas donde el cacique político, sus amigos, los estancieros y los nuevos ricos se trenzaban en el póker y el billar. Cuando en tu carta le decís a Destoc que la discusión para que te aceptaran y te pagaran el concierto se libró junto a la mesa de billar, no me enseñás nada nuevo porque en ese club todas las cosas se libraban así. Muy de cuando en cuando, a regañadientes pero obligados a cuidar la fachada de las “actividades culturales” los dirigentes accedían a un concierto o a una velada presuntamente artística, que pagaban mal y sin ganas y que escuchaban apoyándose entredormidos en el hombro de sus nobles esposas.”(IX-X Novelas y cuentos Felisberto Hernández. Biblioteca Ayacucho 1985- Caracas)

Esta no es la única coincidencia en las órbitas que se rozaron-  como sigue diciendo Cortázar- también se rozaron en Pehuajó, en Bolívar, y hasta podrían  haberse encontrado en el barrio latino de París. Pero ese encuentro deseado por Julio Cortázar, que probablemente también hubiera sido deseado/ compartido por Felisberto, no se dio nunca porque nunca se concretó.
Volviendo a la versión dramática de “Los inmortales”. Burel creó un encuentro-en dos momentos- entre dos personalidades que jamás accedieron a encontrarse en vida. Es decir, que por medio de la ficción logró un acercamiento que-de haberse dado- habría podido, quizás, cambiar la historia del país sobre todo en cuanto a los enconos que siempre nos  han mantenido divididos a los orientales.

  “Así lo plantea Burel” desde el texto narrativo:

 “En todo caso, desde la memoria de Juan Guerra a las desordenadas lecturas que alentaron estas páginas, los inmortales se abrieron paso para encontrarse en el territorio de  una narración.
No obstante, el enigma de su obstinada renuencia a verse cara a cara permanece intacto, y a mi modo de ver, como paradigma de otros desencuentros que aún nos condicionan. Nuestra historia es pródiga en silencio, en ausencias, en prologados enconos, en absurdas rivalidades y en persistentes memorias de diferencias.” ( "Los inmortales" página 16 Hugo Burel) 

En la obra dramática me hubiera gustado encontrarme como personaje a Juan Guerra, porque siempre es bueno rescatar a los abuelos que nos han contado historias.

La obra hay que verla, aunque antes sería aconsejable leer el texto narrativo. Y después ir a disfrutarla. Vale la pena.





miércoles, 30 de marzo de 2016

CULEBRONEANDO

"Guapas": Isabel Macedo, Araceli González, Carla Peterson, Mercedes Morán, Florencia Bertotti.
Imagen sacada de Internet

LA FICCIÓN

El año pasado,  veía una serie argentina con varias reconocidas actrices y actores argentinos. El argumento era verosímil y  lo sabía todo el mundo: cinco mujeres que a raíz de una crisis económica bancaria,  quedan  sin capital,  se hacen amigas y comparten vida y milagros de cada una. Lo bueno es que algunas no están en la primera juventud, pero se las ingenian para hacer “como sí”. Es una modalidad que tienen las argentinas de “ser gente grande” –como le llaman- pero al mismo tiempo, se mantienen insuperablemente  juveniles, delgadas y elegantes,  condiciones  que las orientales que usamos batones de entrecasa,-como yo- les  envidiamos a muerte.
"Mad Men" en primer plano el insuperable y buenmocísimo John Hamm, -con su inseparable cigarro y whisky-
 a su lado  Elizabeth Moss, y sobre la mano izquierda la curvilínea Christina Hendricks.
Imagen tomada de Internet

Hace poco, cuando entré al “mundo de Netflix”, empecé a ver algunas series similares. Ahora estoy mirando “Mad men”. Me gusta la recreación de época- los 50/ 60 del siglo pasado-, la escenografía, los autos, los edificios, la vestimenta de los personajes y la actuación. El argumento tampoco está mal, aunque exagera bastante en los estereotipos: mucho alcohol- los publicistas parecen bañarse a cada rato en whisky, en sus oficinas hay bar, y apenas llegan se sirven uno- puro-; fuman siempre y en todos lados, hasta en el baño, y tienen sexo a rabiar con pelirrojas o igual con mosquitas muertas que pululan por todos lados. Cada vez que veo algo así me retuerzo toda porque pienso: “yo podría inventar  algo más potable”. Y sueño como debió soñar también la autora de Harry Poters.
Ahora estoy leyendo una novela de Almudena Grandes: “Inés y la alegría”. Está indudablemente bien escrita, aunque el entorno de la guerra civil es agobiante, Almudena se las ingenia para plantear los amores y desamores. Me encantó su maestría para describir el olor de los hombres- que para mí es uno de sus mayores atractivos-. A mí-ya lo saben-  me fascinan los que huelen a chocolate. Almudena –felizmente- sabe de eso.
 Observen su pericia en este pasaje de  “Inés  y la alegría”:
“(…) el capitán olía a madera y a tabaco, a clavo y a jabón, por debajo, algo dulce y ácido, como la ralladura de un limón no demasiado maduro, por encima algo que picaba en la nariz como una nube de pimienta recién molida. Eso era lo primero que había aprendido de él. Su olor había tenido la culpa de que mis manos obraran el prodigio de reconocer un cuerpo que no conocían, de que mi cabeza se acoplara a su cuello como si estuviera modelada para encajar en aquella y en ninguna otra curva, de que mi  nariz supiera respirarlo mejor que el aire. Su olor tenía la culpa de que no lograra pensar con claridad.” (pág.267)
Hace  un tiempo, se me había dado por crear una  ficción por medio de un programa que se llama Second life. Había creado personajes, los había puesto en un entorno, y hasta me animé a “tejer” una especie de argumento que yo creo que era bastante pasable. Pero al poco tiempo me aburrí. En realidad no por la evolución ficticia, que me iba surgiendo, y me interesaba cada vez más,  sino porque para progresar en la trama había que pagar, y eso ya no me resultaba nada atractivo.
Mi culebrón tenía  dos personajes principales. Un hombre, al que había imaginado casado pero con ganas de no estarlo, y una mujer de mediana edad- como las de  esta comedia argentina que mencioné-
A él lo dejaba “la otra”,  porque había decidido recomenzar su vida-nuevamente-    a la altura de los cuarenta años. Algo así como “borrón y cuenta nueva”. Mi culebrón empezaba con una carta.
Él-que  no se daba por vencido, no  aceptaba el rechazo, no aceptaba  el “no va más”-  le escribía una carta  a la mujer que le había dado el olivo-ella la leía en voz alta, o se ponía la voz en off- y, luego, por supuesto, el argumento seguiría con los comentarios a sus amigas y otros vínculos que se pudieran establecer:
“Tras nuestra última conversación pude valorar el peso de las palabras que se emplean sin que medie una cierta consideración hacia lo que podría llamarse historia de un vínculo. Me comparaste con un cáncer que hay que extirpar.  No lo tomé en sentido literal, no obstante fue doloroso para mí comprobar cuán ingratas pueden ser las palabras y las personas, teniendo en cuenta que en nuestra relación jamás hubo de mi parte ningún escamoteo de nada en cuanto a la entrega en  el territorio en el que ambos siempre nos sentimos y funcionamos muy bien, pese al entorno, a los condicionamientos y a todo lo que sabemos que sin duda era negativo. Pero en lo positivo creo que nunca faltó nada. No obstante tú diste por concluida toda esa historia, la pasada y la presente, de una manera dura y desde cierto punto de vista con algo de desprecio. Eso no es lo que nos merecemos vos  y yo. Me gustaría conversar personalmente contigo sobre todo eso. Por respeto a mí y respeto a ti y por los años que nos vinculan. Saludos.”
De acuerdo a la nota, resulta fácil deducir que la que decidió el cambio fue ella. Se negó   a seguir siendo una segundona que compartió gozosos- (se deduce por  lo de: “en lo positivo creo que nunca faltó nada”)  breves momentos “en el territorio en el que ambos siempre nos sentimos y funcionamos bien.” (Contextualicemos un poquito más que estamos en el siglo XXI y además en la introducción mencionamos el culebrón argentino: “Guapas” que tiene un vocabulario bastante agresivo, “descontracturado” a más no poder:” el territorio” obviamente, es la cama). El tiempo, con un poco de suerte, puede haber sido algún breve lapso de diez minutos. Sigo imaginando como podría haber continuado el argumento: con seguridad que  él,   controlado tenazmente por su mujer legítima armada con un poderoso adminículo: un celular que hasta tiene GPS para mayor comodidad de la titular huiría de toda responsabilidad, como  un conejillo asustado que se escabulle a la menor amenaza. (En la serie “Guapas”, las mujeres amigas se comunican por mensajitos de celular aún  en las situaciones más extremas.)  La segundona decide no serlo más, porque  la legítima es la única que  disfruta de todos los beneficios que la otra desea para sí: viajar, compartir y comentar lecturas, ir a bailar,  al cine, al teatro, a la playa, ducharse juntos, dormir abrazada o estilo cucharita,  ponerle los pies helados entre las piernas en las noches invernales-cosas así de tiernas-. El  hombre perdió beneficios y reclama- con llamados, con notas- machista, como la transcripta-sin fecha, sin nombre, sin sentimientos. Mi personaje ficticio- llamado Teodoro-  intentaba por todos los medios,  barrer con subterfugios la frustrante negativa. La llamaba varias veces por teléfono,  y le escribía notas-como la transcripta, sin fecha, sin nombre, sin sentimientos-. ¿Por qué machista?
 ¿Quién no tiene “consideración por lo que podría llamarse historia de un vínculo”? Ella.
¿Qué reclama él? Conversar personalmente “sobre todo eso”. Qué gracioso. Me hizo acordar al popular psicólogo Gabriel Rolón, que en su última visita a   Montevideo- promocionando su último libro-,  en una entrevista, señalaba con ironía:
-“Entonces, él la invita a tomar un café… ¿Quién quiere tomar un café? ¡Nadie!”
¿Qué invoca el de la esquela? “Respeto por ambos  y por  los años de vínculo”.
¿Qué ofrece? He aquí el problema. No ofrece nada. Dice que “no hubo escamoteo”. Sin embargo, y a juzgar por la frialdad de las palabras, es probable que lo haya habido,  ni más ni  menos que en el plano de los sentimientos- el de la ternura, el del amor, el de la entrega, no hubo  ni remotamente nada-.  Yo leo y entiendo-entrelíneas-que lo  que  verdaderamente quiere  no es “charlar”,  sino retomar/recomenzar “esa historia del vínculo” con lo que a él  le gusta, sin importarle para nada,  en absoluto,  si ella no lo ve ni lo siente de la misma manera. Por eso sostiene que “ella dio por concluida la historia de una  manera dura”. Las mujeres que se niegan a seguir siendo fantoches, siempre entran en la categoría de “duras”, “ingratas”,  “desconsideradas”, “hijas de puta”. Como se ve, este culebrón podría seguir con diferentes secuencias y se podría prolongar por  varios capítulos- Lo cierto es que se trata de  un vínculo enfermo. (Como los que se ven en los culebrones, realmente, porque si no adiós argumento.) Finalmente, tenía montones de ideas para  darle varias vueltas más, porque con buen ánimo y  nuevos bríos Caty podía volver  a vivir otra historia con alguien que valorara sus múltiples recovecos femeninos y no solamente los físicos,  porque una mujer no es –únicamente- un clítoris y una lengua. Es un ser redondo, completo,  complejo, dispuesto para el sexo, pero también para la ternura, para  el compañerismo, para el buen humor. Pero por ahí se me quedó. Sin embargo, ahora que estoy viendo Mad Men- me digo:- ¡Qué papafrita que sos!, tu argumento era de peso y lo tenías a flor de piel. Se trata de continuarlo coherentemente. ¿Por qué no lo seguís craneando?
 A  Gioconda Belli  un brujo le dijo  en su Nicaragua natal: “Mal de varón, sólo con varón se quita.”.   Ella-inteligentemente- lo tuvo en cuenta con creces.
 Y eso es lo que haría cualquier mujer que se precie. Mi personaje- al que creé con mucha fuerza y personalidad- mucho más-. Cata, Catalina o Caty- de todas esas maneras la llamé- podría salir a flote en una red social donde se encontrara al amor de su vida. Nuevamente. Un tipo tierno, afectuoso, dotado maravillosamente para la felicidad. Y de chocolate por supuesto.  ¿No les parece?



       




viernes, 18 de marzo de 2016

EL ÑATO AZUL

"El ñato azul"- listo para venirse a casa-

No fue en medio de los afanes renovadores de fin de año, ni tampoco como resultado de una razonada lógica mental. Simplemente, probé uno así en las canteras del Parque Rodó en agosto del 2015,  y me gustó. Así lo  conté en mi blog en la entrada que titulé “Autos memorables”.

Un domingo soleado y caluroso en pleno agosto en Montevideo, es una absoluta bendición. Con esa perspectiva me fui a las Canteras del Parque Rodó, donde estaba el UP  Full- de Volkswagen - para probarlo dando una corta vueltita. (Lo trajo Werner Bernheim)  Lindo, pero lógicamente con gusto a poco.
Es como cuando tenés un amante nuevo y pocos minutos para disfrutarlo. En cinco o diez minutos apenas podés saber si besa bien, si te gusta el olor de la piel, si tiene las manos calentitas, suaves, secas, y poco más. El  resto del protocolo queda librado a tu completa imaginación.
Con el auto UP, es lo mismo. Es de buen ver. El asiento y la dirección se pueden subir y bajar- a tu gusto y altura-  Cuando lo prendés enciende también las luces, y, en la marcha, te va “pidiendo” que bajes o que subas los cambios. Una preciosura.  También tiene una dirección respondona.  Un primor. La verdad.  Tengo parientes cercanos que se compraron uno  y disfruté de esa adquisición como si la hubiera hecho yo.

Este es el "UP" que fui a probar al Parque Rodó-
 Estuvo en la lista de"Venga y atrévase a soñar"-. 

Pero  no puedo negar que me quedó rondando la posibilidad. “Mi Silver” era muy bueno. Probablemente “un escaloncito más arriba”-como me dijeron hace poco en la misma automotora- que el “UP”. Pero también pensé: ¿para qué quiero yo “tanto”  auto? ¿Lo quiero para lucir o para andar? Concluí que lo quería para esto último porque es muy difícil que yo emprenda un viaje o una travesía como las que  hacía con mi esposo.

El 21 de noviembre del año pasado, tuve que realizar una gestión de lo más dolorosa. Y fui sola. Cuando salí del cementerio con el ánimo por el piso, me acordé de  que Werner Bernheim celebraba la apertura de su nueva casa. Era sábado y me di una vuelta por el local. Me atendieron, creyendo  que iba a comprar un auto, - yo todavía no lo tenía muy claro- pero me tasaron el mío a un precio regular, me plantearon la diferencia que tenía que abonar con gastos y todo y ahí tomé la decisión. Otra vez, sola. No consulté con nadie. Elegí el color, y una supuesta fecha de entrega. En realidad, no consulté porque sé que la mayoría de las personas me habría puesto varios “peros”, y, la verdad, es que  eso era lo que menos necesitaba.
Después los hechos se fueron sucediendo: la automotora me fue pidiendo papeles, trámites y demás. Un buen día me dijeron que podía pasar a retirarlo. Apronté al Silver que quedaba como parte de pago, y volví a casa en el “ñato azul”.

Nos  estamos conociendo paulatinamente, y, como  en toda relación nueva, tenemos que adaptarnos el uno al otro. Ahí vamos. Pasito a pasito. Ya no se me apaga, pero a veces, me corcovea si no le pongo bien el cambio que quiere. Y también rezonga si lo llevo “bajo”- es decir cuando quiere un cambio más arriba. Cuando me doy cuenta se lo pongo y listo.
Estacionado en el Teatro de Verano,- esperando a la terraja-

Ya les conté en “Terapia sobre ruedas”, que salí con  un terapeuta  para poder  superar el horror a la calle- y más que nada, el horror a los otros salvajes conductores- Aún lo sigo experimentado, porque pese a que sigo las reglamentaciones,  tropiezo asiduamente, con algún energúmeno. La primera acepción de esta palabra que ya no se usa con frecuencia es “persona poseída por el demonio”. Y así es. Una sale a la calle con la debida cautela porque las calles son trampas mortales con sus tremendos pozos y todos los piantados que circulan por ellas, y eso,  requiere un esfuerzo descomunal para circular con determinación. Los seres poseídos por demonios no reconocen ninguna razón- únicamente la de ellos-
Una de estas noches, por ejemplo, regresaba muy tarde a casa por la Avda. Julio María Sosa. Venía despacio, porque el Teatro de Verano había finalizado recién su jornada carnavalera, y el tránsito se había intensificado de manera notoria.  Al llegar a la intercesión con Bulevar Artigas, un motoquero  me increpó duramente. Bajé el vidrio- lo cual no es aconsejable a esas altas horas de la noche-, para decirle que mi velocidad era la normal para las circunstancias. Siguió protestando hasta que las luces le dieron paso. Por suerte dobló en Bulevar rumbo al centro. Después en casa, pensé: ¿Qué prisa llevaba ese jovencito a las dos de la mañana?  ¿Qué mal le hacía perder dos o tres minutos atrás de mi auto? Nunca lo sabré, porque dobló vertiginosamente imprimiendo una exagerada velocidad  y desapareció en menos de lo que canta un gallo. Hay mucho “anormal” circulando por las calles. Me cuesta mucho adaptarme a ese vértigo innecesario en una ciudad pequeña con múltiples escollos. Pero en fin, es lo que hay que hacer. Así que sigo saliendo en el ñato azul. Ahora me falta “hacer carretera”. Aprontate ñato. En cualquier momento, le damos. Hasta es posible que mi new American friend se atreva a venir a conocernos personalmente. ¿Te vas a portar bien?





miércoles, 2 de marzo de 2016

DOMINGO

Calle céntrica  en día domingo

La semana pasada volví a escuchar un antiguo casete grabado casero, de  Jorge “Cuque” Sclavo leyendo una estupenda página- de esas que leía en la Radio Sarandí-: “Un día de libertad” de Julio Rossiello -“Panglós”- es de un  libro que se llama “Con los lentes rotos”. Doy todos los datos, porque no se encuentra casi nada de este estupendo cronista de costumbres. Si “googlean” puede aparecer el hijo: Leonardo Rossiello Ramírez, con datos de sus quehaceres literarios, entrevistas y demás, pero de Julio, que fue su padre, no. Como siempre pasa con nuestros mejores cronistas, “desaparecen” de la escena porque nadie se ocupa de ellos. El Cuque se ocupaba, y gracias a él, conocí a más de uno tan memorable como “Panglós”.
“Un día de libertad” es una  crónica  sutil sobre los planes que hacemos  para el día domingo.  Ese día de la semana que para el trabajador muchas veces significa su único día libre después de una agotadora semana de trabajo.
Yo siempre pensé que el domingo era el día más triste de la semana. El final del viernes es mágico, y el sábado tiene una onda magnífica, pero el domingo viene cargado de lo que nos trae el lunes, que es el comienzo del agobio. Yo creo que por esa razón hubo una revista de humor que se llamaba: “Lunes”.
La fuente de la Plaza Matriz también solitaria en domingo 


Habitualmente, “me preparo” para combatir la sensación de “domingo”. Voy al  cine o al teatro, planifico algún paseo, cocino, o-como hoy- escribo sobre la “sensación de domingo” y –también- contesto los mensajes que postergué durante la semana. Incluso ahora, tengo un nuevo amigo  con el que nos comunicamos en inglés. Es absolutamente deleitable para mí que un americanito   se digne-y le guste- tener una especie de correspondencia a la antigua, pero por email. Recién nos estamos conociendo, y con él voy recobrando el placer  por expresar mis gustos y mis sentimientos en inglés. Toda una novedad para mí. Si le buscamos la vuelta, entonces, el domingo puede tener aspectos positivos. Hay que encontrarlos. Menciono algunos: en mi barrio, es el único día en que una se puede levantar tarde sin el  angustiante agobio  de los ruidos de las construcciones cercanas-porque los domingos no se trabaja- (el barullo que el hotel vecino me hace desde las seis de la mañana, lo combato con Mozart- que siempre está disponible-). Otro placer dominical es poder andar en pijama y descalza hasta el mediodía- o más si no espero a nadie- sin necesidad de emperifollarme para nada. Es el mejor día también para prescindir de los horarios. Puedo levantarme tarde, desayunar al mediodía, y hacer a media tarde una especie de almuerzo/merienda/cena sin preocupación por el cumplimiento de un horario estricto.
Ahora que me asocié a Netflix y que un esguince del tobillo derecho me tuvo en “reposo relativo”,  descubrí  un nuevo placer: puedo ver series nuevas que revisten cierto interés, sobre todo para mí que no encuentro en la TV local nada que sea potable.
Una de ellas es “Chelsea does”. La batuta la lleva una periodista/comediante y artista cuarentona, llamada Chelsea Handler. Hija de padre judío y madre mormona. Una mezcla fatal que dio un ser sumamente  “descontracturado” que se mete en todos lados para averiguar la verdad y sacarla a luz-a su manera, claro- A veces puede hacer sonreír, porque tiene un desparpajo asombroso. Tanto que incluso sorprende a sus entrevistados o a las personas que la rodean. Ha sido capaz- por ejemplo- de salir con las tetas al aire por la calle. Y tan campante como si saliera vestida de gala.
Otra serie, con otra temática diferente pero también urticante es Grace and Frankie. Protagonizada por Jane Fonda y Lily Tomlin. Dos mujeres que en una edad bastante madura, se enfrentan a una verdad irremediable: sus correspondientes esposos son gays y se han convertido en amantes, por ese motivo, las dejan para casarse y vivir juntos. Hay situaciones hilarantes porque las dos actrices se complementan muy bien y en una forma tal que sus personajes “saltan” de la pantalla.
Como ven, si le buscamos la vuelta, el domingo puede depararnos más de  un entretenimiento placentero. Y ahora, me voy a luchar con el  inglés para escribirle a mi amiguito nuevo. Tengo que contarle todo esto de la mejor manera posible.
 God bye dear friends!




jueves, 18 de febrero de 2016

LOS ROLLING


Después de pagar entradas carísimas: todos de pie 



PERIPECIAS
Desde que supe que los abuelos del rock iban a venir a Uruguay, estuve ahorrando para pagar un buen lugar. Pensé que no tendría ninguna otra oportunidad. Ahora o nunca. Así que me arremangué y me saqué la que yo suponía que era una buena ubicación.
No fue así. Me vendieron una entrada cara- dos en este caso porque fui con una amiga- pero era un lugar para permanecer de pie durante todo el show. Es probable que así sea en los festivales de rock, pero en este caso, no se tuvo en cuenta si todos los usuarios estaban en condiciones de permanecer de pie durante tanto tiempo aunque el espectáculo fuera una maravilla. Hubo discusiones- en el mismo predio- con otras personas: algunas decían que sí sabían que “era de parado”, otras no. Yo no. Por supuesto que no. Para eso habría pagado una de la tribuna olímpica que más o menos estaban en el mismo precio y permitía sentarse en las correspondientes gradas. No era-por supuesto- necesario sentarse durante todo el show, pero con un esguince sin curar me podría haber evitado la brutal hinchazón-.


La foto me quedó oscura, pero,  igual  se puede apreciar  que hubo personas sentadas.
El que se ve sobre mano derecha, es uno de los controladores- sentadito cómodamente él-

Para colmo de males, la organización previó bien la entrada de inadaptados: desde mi puesto, contra la valla de división de categoría, vi sacar entre tres o cuatro guardias a unos cuantos ladrones pescado “in fraganti”, más otros desmayados, desvanecidos o con malestares diversos; pero no  previó de ninguna manera las suficientes entradas para personas mayores o  con problemas físicos. Como suele ocurrir en este país, los lisiados se las tienen que arreglar por ellos mismos. Había un pequeño rincón con unos cuantos sentados; pero según el controlador que nos sacó con cajas destempladas cuando le fuimos a pedir una silla, “habían pedido las sillas antes de las cinco de la tarde”. 
Valla divisoria. Yo estaba en la primera división  sobre la mano izquierda
La foto me quedó oscura pero es posible apreciar a los controladores, y a todo el público de pie


 Además, para  llegar hasta la puerta 5- que era la de la platea Premium Platinum no sé cuánto pagada a precio de oro- hubo que dar la vuelta al mundo porque cerraron tantas calles que los ómnibus que no podían entrar ni hacer su recorrido habitual, nos dejaban en Avenida Italia. Tuvimos que atravesar todo el parque y caminar bastante para llegar hasta la puerta 5. Allí el control fue mediocre. A mí me revisaron la bandolera que llevaba pero en cambio  a Lydia ni la tocaron. Tampoco revisaron bien las entradas-por lo cual yo podía haber entrado con otra más barata y haber pasado igual sin ningún tipo de problemas-. No hubo tampoco ninguna previsión de medios de transporte a la salida del recital. Los taxis brillaban por su ausencia. Cuando llegamos a Ramón Anador y Rosell y Rius, llamé a todos los servicios que tengo anotados en el celular; ninguno tenía disponible ningún móvil. No se imaginan las ganas que tengo de que le den los permisos correspondientes a Uber  o a cualquier otra compañía de competencia,  para que estos señores no puedan nunca más en sus vidas ejercer el monopolio absoluto que tienen ahora.
A la salida, cansadas de esperar en vano un taxi o algo similar, nos sentamos en una parada de ómnibus donde no pasaban ni bicicletas. Hubo un intento de tomar un taxi que le fue “birlado”  a Lydia por un par de jovenzuelos. Como se sabe es imposible ganarles  cuando eso ocurre. Pero eso sí: se llevaron mis maldiciones completas, y espero que se les cumplan. En la esquina había una parrilla: “La barra de Gerardo”, donde no pudimos entrar hasta la madrugada. Después-bien tarde en la noche- comimos un churrasquito cada una-una de pollo, otra de carne- con un litro de coca-cola- No les había quedado ni una cerveza para muestra. Algo que también suele ocurrir en casos como estos: nunca se prevé que va a haber una “venta masiva” de productos y se desabastecen en unas pocas horas. Pero ya serenas, y reconfortadas, Lydia logró parar- y esta vez, retener- un taxi que nos trajo hasta casa.

Finalmente sentadas:  en la Parrilla "La Barra de Gerardo"


EL SHOW
Todos dicen que fue brillante y es probable que lo haya sido, pero yo-sinceramente-  no  lo pude apreciar en su total magnitud. Dolorida, con el tobillo cada vez más hinchado, pasé buena parte del tiempo tratando de evitar que me pisaran. Los balbuceos de Jagger en un español chapurreadísimo causaban mucha gracia, pero si lo quería ver tenía que recurrir a alguna de las pantallas porque personalmente, desde el lugar donde me pude colocar lo  veía pequeñito. Por lo cual el precio de la entrada  resultó totalmente desproporcionado.
Jagger cambió varias veces de atuendo. Así se veía en las pantallas con toda la gente de pie


 Tocaron  y cantaron todas las canciones que les dieron fama, la gente saltó y bailó-y  creo que era  eso lo que querían- ¿No? Yo no. Yo quería disfrutar del show.
Apoyada en la valla de separación. Atrás también se ve gente parada Los del costado, son los que
lograron una silla porque fueron temprano o las pidieron temprano-al menos eso fue lo que nos dijeron unos
controladores con muy pocas pulgas-. 

Mick Jagger-durante la actuación-  se manifestó campechano y contó que había estado en la casa del “Lobo” Nuñez y que había escuchado “candombé”-pronunciado así- . Hay fotos de él con Ruben y Julieta Rada, y el último día fue a visitar a Fernando Parrado. Muy simpático por cierto.
Supongo que fue la primera y última vez que los Rolling Stones actuaron en Montevideo. Para mí, eso sí estoy segura, fue la última porque aunque volvieran no me  agarrarían otra vez. Por televisión se puede estimar  lo mismo- o mejor- que lo que pude apreciar yo, incómoda y dolorida.
“Sus Majestades Satánicas”:
“I Can’t Get No Satisfaction”     Believe me!

El saludo final de  los cuatro. Después vino I can'get No Satisfaction ( yo tampoco) y se fueron



lunes, 8 de febrero de 2016

EL PROFESOR RAVIOLO



"El profesor Raviolo"- nunca "Heber". Jamás nos tuteó tampoco 


Libro Escritos de Literatura-recopilación de sus textos- en la página 11 se afirma que su período docente más recordado fue 1961/1967 en el Liceo Nocturno de Las Piedras, donde fui su alumna- 

Corrían los años sesenta del siglo pasado, en el recientemente inaugurado “Preparatorios Nocturnos” del Liceo de Las Piedras. El “glorioso Preparatorios nocturno”, como solía decir uno  de los compañeros que también resultó profesor de Literatura y al cual nunca vi más-pero sí mi hermana menor que lo tuvo como profesor en el Liceo de la Paz-.
Ahora que se puso en el tapete el agradecimiento que le debemos a los profesores que nos marcaron, yo también quiero hacerlo-otra vez, porque ya lo hice con Dumas Oroño- mi profesor de Dibujo que supo apreciar que yo era una reverenda tronca para dibujar o pintar, pero que podía servir- y serví- para las letras, y mi profesor de Historia Nacional y Americana: el sin par y querible Vivían Trías. Es inconmensurable la cantidad de alumnos que sacó de la ignorancia con su sabiduría, y con su biblioteca, porque accedíamos a sus libros como si se tratara de una biblioteca pública. Además recibíamos más lecciones de Historia y de Vida en su casa mientras ubicaba lo que nos iba a prestar con un sencillo trámite: en  un cuadernito anotaba nuestro nombre y nuestra dirección. Ninguno de nosotros tenía teléfono celular porque no existían.

El profesor Heber Raviolo era distinto. Serio como perro en bote. Debajo de sus bigotones, difícilmente asomaba  una sonrisa. Nos trataba de riguroso “usted”, y nos llamaba por el apellido. “A ver, Segovia, dígame tal o cual cosa". (Y había que saber “tal o cual cosa” y no irse lisa y llanamente por las ramas.)  Ninguno de nosotros supo “de donde venía ni adónde iba”- como el poema de Darío- pero sus lecciones con el “ala aleve del leve abanico” las recuerdo hasta ahora. Nos llevaba minuciosamente por los entretelones de “Sonatina”, nos deleitaba con “Sinfonía en gris mayor”,  hasta que nos hacía sentir el dolor del  poema “Lo faltal”. Nada se escapaba  a su riguroso análisis poético. Confieso, -y ya todo el mundo lo sabe- que la mayor parte de la poesía me paspaba- Y más aún la del  tipo “hermético”, porque se precisaba un “manual” o alguien que desentrañara “significados”. Pero con Raviolo en clase, la cosa cambiaba. Él nos alimentaba como si fuéramos pichones, y nos “masticaba” lo difícil para que  pudiéramos apreciarlo mejor. Nunca más necesité buscar “material” extra sobre Darío. Me bastó- aún en la carrera universitaria- con el  que él me señaló. Y todo lo que pude ampliar lo hice partiendo de sus premisas. Pero donde más se lucía era en la narrativa. Le gustaba “sacar” a relucir narradores antiguos, pero también los que no tenían mucha difusión. Por eso, aún con los rígidos programas de la época, se las ingeniaba para darnos, de aquí de allá y de más allá, muchos “picotones” extras que nos sirvieron de por vida.
Un profesor no tiene que enseñar “todo”, pero sí  puede limpiar el camino de malezas para que los jóvenes transiten con confianza. Lo supo hacer,  pero-a su vez-  era riguroso; no era nada fácil “salvar” los exámenes con él en la mesa. Preguntaba con parsimonia y exigía.  Con su modito tranqui, nos llevaba por vericuetos que desconocíamos -o que no recordábamos-. Si luchábamos, salíamos a flote. Siempre y cuando hubiéramos estudiado los poemas y los supiéramos de memoria para desmenuzarlos en el oral. “Lo Fatal” lo memoricé en esa época.
Siempre leí los prólogos que escribía para los libros de Banda Oriental porque además de una guía certera, llevaban su sello personal. Aquel que yo había conocido y aprendido  en “los comentarios de texto” que hacía en sus clases.
Hace poco, compré el libro “Escritos sobre Literatura Uruguaya”, que reúne una selección de sus textos recopilados y seleccionados por el profesor Oscar Brando. Allí me enteré de que los años que más recordó fueron aquellos de nuestros antiguos Preparatorios:
“ 5. El período que más recordó fue el de los seis años en el Liceo Nocturno de las Piedras ( 1961-1967). Su carrera docente se interrumpió cuando la dictadura cívico-militar lo destituyó de su cargo”. (Escritos sobre Literatura Uruguaya Heber Raviolo. Ediciones de la Banda Oriental 2015. Página 11)

Libro de recopilación de saberes del profesor Heber Raviolo

En esos años, inauguramos el  antiguo y “glorioso” Preparatorios Nocturno del Liceo de las Piedras.
Lo reencontré  en  mi  edad adulta, ya recibida de profesora, y enseñando en un Colegio Internacional. Siempre serio como perro en bote. Fui  a Banda Oriental a comprar unos cuantos ejemplares de un libro que quise regalar a mis estudiantes”Seniors”- del último grado-. (También de “Preparatorios” aunque ya no se llamara así.) Me di a conocer, le dije mi nombre, el año, y la clase. Y ahí sí se sonrió. Ahora me doy cuenta de que fue todo un homenaje.
Gracias profesor Raviolo, por todo lo que nos dio, por lo que nos dejó y por todo lo que hizo para formarnos en la disciplina de la literatura y de la vida.


martes, 2 de febrero de 2016

FRASES MACHISTAS

No son  originales mías. Las encontré en uno de  los artículos que aparecen en Internet; y tomé  algunas  “prestadas” para comentarlas.
En estos días donde tantos acontecimientos negativos se manifiestan en contra  de las mujeres, puede ser beneficioso revisar algunas cosas que se dicen.  Muchas veces somos las propias mujeres las que nos arrojamos tierra, y ellos se aprovechan de una especie de consentimiento tácito que les vamos dando sin darnos cuenta exacta de lo que hacemos. Creo que el haber leído la obra de Simone de Beauvoir, “El Segundo Sexo”, a una edad muy temprana, me libró de muchos preconceptos  que quisieron inculcarme algunas personas mayores. Nunca mi madre, que era una mujer sumamente moderna para la época. Así también lo pagó, porque nada tuvo que fuera gratis, ni  tampoco pudo combatir más porque murió trágicamente muy joven. De todas maneras, ahora, en pleno siglo XXI aún ocurren actos vandálicos contra muchas. Es hora de revisar-por lo menos- algunas de las cosas que se dicen y se aceptan sin pensar que ahí comienzan todos los problemas. ¿Analizamos algunas? Da para reflexionar.

1)  No puedo vivir sin él.

·         Habitualmente es lo que dice una mujer “abandonada”, cuando se da cuenta de que su “peor es nada” “ha rumbeado” –y no precisamente “pa’ la colonia”. A todas nos pasó alguna vez.  Yo no recuerdo si estuve penando “19 días y quinientas noches” –como la canción de Sabina-, pero sé que al poco tiempo apareció en esa  noche oscura, una estrella que me iluminó hasta hace poco. Tampoco sé si dije “no puedo vivir sin él”- pero sí lo recuerdo como un   hecho  doloroso, porque era muy joven, y llena de ilusiones que  se deshicieron en mil pedazos. El dolor del abandono, siguió siempre ahí.  Intacto e incomprensible. Pero pude vivir sin él. Cómo no.  Sin lugar a dudas.

2)  ¿Cómo espera que la respeten si se viste así?

Yo  empecé a salir con muchachos, en el siglo pasado, -horror de los horrores- cuando se impuso la minifalda. No era la prenda predilecta de mi padre-que era un hombre chapado a la antigua y absolutamente tradicional-. Tuvimos unos cuantos encontronazos hasta que se resignó a dejarme vestir como quisiera porque yo había conseguido un empleo y ganaba lo suficiente como para vestirme y pagar-además- algún gasto de la casa. Así empecé a coserme mis propias prendas- todas cortas por arriba de la rodilla- Nunca pude ser exagerada, como podían serlo las petizas que no despegaban demasiado del piso, porque mi metro setenta de altura se imponía en todos lados, pero usé la famosa minifalda todo lo que quise. Aclaro que tenía poco más de quince años, pesaba treinta kilos menos, y  nunca pensé que la vestimenta me llevaría “a la perdición” o a “terminar en la calle”-como se encargaban de decir las viejas del pueblo-. El respeto es una condición que hay que saber fomentar  y desplegar pero no  va “anexado” a la vestimenta. No se puede pretender que una jovencita se vista de vejestorio cuando está en “edad de merecer”. Es ridículo. Y el amigovio, o “dragón”-como se decía en mi época- o el aspirante a algo, tiene que tener bien puestos los elementos para salir con la chica en cuestión sin agarrarla de los pelos.

Diferentes formas de "ver" ¿No? -imagen tomada de Internet- 

3)  Hay que hacerse desear

Parece un chiste sobre la eyaculación precoz- de esta época- imagínense lo que sería hace cuarenta años-
((Imagen tomada de Internet)

·         Era una antigua consigna que enseñaban las abuelas. Sin embargo, lo cierto es que en  una pareja, únicamente sus integrantes son  los que deben decidir qué, cuándo, dónde, cómo y porqué. “Hacerse desear” era una antigua estrategia de las novias del siglo XIX que debían permanecer vírgenes a toda costa aunque se murieran de ganas de acercarse más al mozo. “El ser amado” a  su vez, podía “desfogarse” a su gusto con “mujeres de la vida”- dejando a su dulce noviecita sumida en la más espantosa de las  angustias, porque así debía ser. Como resultado, generalmente, cuando se llegaba al matrimonio, no se sabía el “cómo”- porque no tenían preparación anterior- y había grandes fracasos  y frustraciones-la eyaculación precoz masculina era la más común-  que podrían haberse omitido con el conocimiento previo.

4)  Siempre anda con  uno distinto. Debe ser una puta.

·         Comprobado  hasta en  el lenguaje. Un hombre que frecuenta muchas mujeres a la vez, o las cambia a diario, es un “picaflor”, o un mujeriego”, pero no se dice lo mismo si el caso se  refiere a una mujer, porque no existe  el término “picaflora”,  ni “hombriega” para  la que cambia frecuentemente de compañía.

5)   Si se entera mi marido, me mata.

Este es el calendario de "Pompiers" franceses-para variar, aunque los madrileños son tan hermosos como estos- 


Desde el año pasado que recibo de España- gracias a la diligencia de una amiga española, el calendario de Bomberos de Madrid- La organización Bomberos ayudan, promueve dicha actividad con la finalidad de recaudar fondos con fines benéficos. Cada mes nos trae la figura de un bombero que se parte- como dicen los chicos- No se trata de un “fisicoculturista” sino de un “bombero de verdad” con un físico de puro músculo. Yo  lo puse en mi comedor diario, al lado de mi pequeña cocina. Me gusta comer con esos paisajes. Realmente.  Cada amiga que llega- tenga la edad que tenga y cualquiera sea su estado civil- abre la boca de un desmesurado tamaño, mientras me pregunta  que de dónde “saqué eso”. Si le da el coraje,  saca al almanaque de su clavito, y ojea los meses siguientes, con un interés inusitado y con los ojos desorbitados. Yo la dejo. Pero indefectiblemente, la mayoría, dice eso: “Si se entera mi marido,  me mata”. Es decir, que mirar una foto bien sacada de un mozo escultural está “penado” por el marido que se arrastra  y babea para mirar cuanto culo le pasa cerca. Pero su digna esposa, no puede hacer lo mismo ni remotamente. No tiene derecho a hacerlo. Creo que esta quinta frase es la más machista de todas. Sin lugar a dudas, mientras nos sigamos avergonzando de mirar lo que nos gusta, y nos condenemos al bochorno de la ignominia del sometimiento, no habrá manera posible de tener derechos por más que nos empeñemos en decir ellas y ellos, nosotras y nosotros, uruguayas y uruguayos. ¡A reflexionar, orientales!



ALCIRA

  En estos tiempos navideños que corren, —y siempre— su ausencia es muy notoria porque con su amabilidad natural era el alma del taller Tuli...