Jóvenes y felices, en Río de Janeiro, - 1996- |
Existir, existe. Y por
eso, los suicidios se dan con mayor
asiduidad. Explotan los dolores, el no saber qué hacer con la soledad, la
tristeza, el cansancio.
Son épocas- también- de
pegarle un tiro al perro del vecino –ese que ladra escandalosamente durante
todo el año- o agarrar del cogote al mismo vecino. La verdad es que hace años
que le tenemos ganas. Este es un buen día para ahorcarlo. De la misma manera
que en las crónicas policiales aparece algún comentario en que se comunica que
“por cuestiones del momento” en tal o cual hogar, un cuñado le pegó un tiro al
otro o mató a su mejor amigo y cosas así de edificantes. Los conflictos
estallan ahora. Esos que se llevan soterrados durante años y años y que
“afloran” en Navidad o –a más tardar- a fin de año. No se sabe el motivo. Pero
hay que estar preparados para estas eventualidades de la vida.
En mi caso, he pasado por
todos los matices: desde el familión de
grandes mesas tendidas presididas por las dos abus adoptivas- la del Norte de
Italia- del Trieste, Teresa,- circunspecta con su pañuelo negro anudado en la
nuca, y su eterno pollerón gris-, y la nona Lucía, la del Sur, alegre y
vivaracha, la que me enseñó cómo y qué
tenía que saber y hacer para conquistar a un hombre. ¿Se acuerdan, no? Por las
dudas lo reitero. Primero había que conquistar acá-señalaba el bajo vientre-
después acá- señalaba el estómago y
después llegás acá- señalaba el corazón-. Yo, por eso, aprendí a cocinar. Lo
único que se le escapó a la nona, es cómo
había que hacer para llegar al corazón de un tipo que come por inercia, y al
cual ningún manjar le llama la atención. Que también los hay. Eso no me lo
enseñó. La nona Lucía sabía mucho pero
no todo. Teresa asistía a las reuniones en forma callada y después de las doce
se retiraba dando un beso a cada uno. La otra no se retiraba nada y bailaba
hasta el amanecer con sus hijos, con sus yernos, con nosotros, o sola, si no encontraba a nadie que le
llevara el apunte. En las navidades de mi niñez estaban todos sanos y vivos,
las madres eran jóvenes, también había
padres, - y si no estaban los padres estaban las parejas de las madres que “oficiaban” también como padres-; había tíos,
primos, vecinos. Nadie cerraba la puerta de calle con llave, y el que quería
“pasaba” a saludar y a comer un pedazo de lechón o cordero y a tomarse alguna que otra virundela más de las
que ya llevaba alegremente encima.
Después vino la etapa del
“reparto”.
Ya casada, teníamos que
“repartirnos” entre la parentela. Cada una reclamaba al suyo, por un lado, los
míos. Había que ir una de las fiestas a pasar con ellos, sí o sí. Y la Navidad
sí o sí era para pasar con mis suegros. La Navidad es tradicionalmente
considerada “El día de la familia” y por eso, hay que repartirse entre las
familias que nos han querido como si fuéramos propios. Mis suegros me adoraban.
No creo que haya habido otra nuera más querida que yo. Pero además, el
cumpleaños de mi esposo era en Navidad. Motivo más que sobrado para que pasáramos
con sus padres. Mis suegros eran un par de santos, nunca nos reclamaban nada,
pero nosotros sabíamos que les gustaba tener al hijo en ese día para agasajarlo
y darle su regalo de cumpleaños navideño. Mi suegra contaba por quincuagésima
vez que había tenido que salir de apuro para el sanatorio de Las Piedras, porque
al niño se le había ocurrido llegar –nada más y nada menos- que en ese día festivo y miraba
amorosamente al hijo que agachaba la cabeza como avergonzado por haberle
causado ese contratiempo-justamente a ellos dos que eran religiosos evangelistas-. Para salir
del paso, Carlos-hijo- decía que nunca le dieron DOS regalos: uno por la Navidad y otro por el
cumpleaños-.
Esa etapa se canceló
cuando se nos fueron los viejos. Los míos y los de él. Entonces iniciamos la etapa
de “pasar con amigos”. Durante unos cuantos años también nos repartimos porque
lógicamente teníamos distintas amistades.
Pero empezaron a irse los
amigos. Algunos a vivir a otros países, otros dejaron este mundo. Hace poco más
de dos años, mi esposo se enfermó y en unos pocos meses también se me fue.
El tema de hoy era “la depresión navideña” –pues bien- creo
que tengo motivos de sobra para estar triste y melancólica, pero me
aferro con uñas y dientes a todas las técnicas que me han enseñado para no
caer en la depresión. Por esa razón me quedo en casa y paso sola. Cocino-como
siempre lo hice- y ceno sin demasiado trámite. Felizmente, siempre hay alguien
que me manda mensajes estimulantes. Así recibí el de “mi angelito” del cursillo
de “El arte de vivir” que hice-con muy poca convicción- al poco tiempo de
fallecer mi esposo. Se llama Loreley. No nos vemos desde la época del cursillo,
pero seguimos vinculadas amistosamente. Vaya una a saber porqué nos resultamos
“queribles” la una a la otra. Y como Loreley “sabe” me acercó su abrazo
virtual. No me dijo “Feliz Navidad” sino
“me acuerdo siempre de ti”. Y me hizo mucho bien.
Cada tanto, aparece algún
texto que me reafirma en mis convicciones. Esta vez fue uno de Caetano Veloso.
Y es este. Lo copié de su facebook:
"Passei o dia e a noite pensando em minha mãe. O dia de
Natal passou a ser também o dia em que ela morreu. Nunca imaginei que fosse
achar tão difícil aceitar que ela tenha morrido. Era uma grande alegria tê-la
viva. Claro que alegra também saber que ela viveu bonito por tanto tempo e
morreu bonito num 25 de dezembro. Mas o mundo tem me parecido, desde então,
muito pior. Infelizmente não sei rezar como ela chegou a saber. Talvez tenha
aprendido (principalmente com ela) que reconhecer a
beleza da vida é uma maneira de rezar. Hoje, no dia de Natal, sinto como é
difícil reencontrar a beleza. Não temos, no entanto - e muito menos eu que sou
filho dela - o direito de abandonar a festa. A festa de tudo o que há, que é o
ue significa o jeito como ela habitou este mundo. Ela pôde dizer que a ideia de
um Natal feliz resiste a toda tristeza. O mais justo com sua memória é acertar
a ser feliz", Caetano
Veloso.
En sus palabras se percibe
el intenso dolor provocado por la muerte de su madre en la pasada Navidad, el
asombro de no tenerla más entre los vivos,-eso tan terrible de la ausencia, de saber
que no estará nunca más- y al mismo tiempo saber que “vivió bonito” y que
“murió bonito” también ese 25 de diciembre. Lo más emotivo es el reconocimiento de la belleza de la vida que,
para ella, era, una manera de rezar. Él como su digno hijo- no tiene derecho a
“abandonar la fiesta”.
A los muertos queridos los honramos siguiendo del lado
de acá como a ellos les hubiera gustado que lo hiciéramos. Yo también trato de
creer lo mismo. Quizás sea cierto eso de que “una Navidad feliz, resiste a toda
tristeza”. Por eso, él procura- en su honor,
en su memoria, como homenaje- seguir siendo feliz.
A mí me sostiene el recuerdo de navidades felices- no el de la
creencia religiosa porque no la tengo- pero sí tengo el convencimiento cada vez
más acendrado de que únicamente contamos con el presente. Hay que aprovecharlo.
No está mal tener en cuenta el “carpe
diem”. Por eso, para no hundirnos, sigamos celebrando la fiesta de la vida. Que
es al fin y al cabo, nada más que un
ratito.