martes, 7 de junio de 2016

RUEDAS PARALELAS




Mi madre es la primera a la derecha, y -creo- que el Prof. Dr. Manuel Rodríguez López es el del centro.
Pero nunca lo pude confirmar porque no encontré  ningún archivo para cotejarlo.
(La foto es de mi archivo personal)
El libro “La rueda de la vida” me lo prestó y después me lo regaló,  Mirta Valenzuela-  amiga  del Club de Libros de Rosa Montero-. Lo fui leyendo de a poco, en estado de perplejidad, porque a medida que progresaba en estas memorias, recordaba que  mi madre tenía una actitud muy  similar allá por la década del 50 del siglo pasado. También como Elizabeth, tuvo que luchar  en un bosque hostil  de hombres machistas que ejercían su dominio sobre las mujeres desde la más tierna infancia. En el caso de Elizabeth basta leer sus peripecias para lograr evadirse del “mandato paterno”-es decir de lo que  el padre había decidido que ella tenía que ser y hacer- en el caso de mi madre, basta mencionar que se divorció dos veces, que estudió y se recibió de partera-profesión que ejercía con vocación absoluta- que me criaba  y educaba con esmero, procurando moldear mi psiquis para que no permitiera jamás ninguna imposición de un varón por el mero hecho de serlo. Quería que fuera una “mujer que corre con los lobos”- como las  que describe  la doctora Clarissa Pinkole Estés en su libro.  Confieso que a veces me ha salido  la salvaje,  “la  loba” -o la leona- es decir “la fiera”, y otras, no. Pero que ella hizo lo posible para que no me dominara ningún machito, sí; tengo que confesar que  insistió bastante. El dominio masculino sigue viéndose en más ámbitos de los que se piensa. Conozco mujeres que son “dominadas” por sus parejas con la idea-ingenua- de que las “protegen”. Esa supuesta “protección” implica: no usar tal o cual ropa, no ir a tal o cual lado, no tratar a tal o cual persona…. Y las prohibiciones se extienden de manera infinita. Cuesta darse cuenta, pero después del proceso de la anagnórisis – a la que ya cantaron los griegos- no debería haber marcha atrás. Negarse a continuar con una inestable relación que no brinda felicidad, sino espanto o zozobras, está en el derecho de toda mujer que se precie.
Elizabeth Kübler- Ross fue una luchadora nata.
Luchó para nacer, luchó para vivir-nació la primera de tres hermanitas,  con apenas 900 gramos,  luchó para estudiar y ser médica-cuando su padre sólo quería que fuera su empleada- y también tuvo que presentar batalla-y de las más serias- para adoptar bebés infectados con SIDA- por lo cual se convirtió en la persona más despreciada  en Virginia, Estados Unidos. Tanto que le incendiaron la casa con pérdidas totales. Pero con la tozudez que la caracterizó desde que nació, no cejó en sus empeños para lograr sus objetivos.
En el libro narra las principales peripecias de su vida y de su constante lucha con los seres que no se plegaban a sus deseos. Médicos que la atendieron con poca o ninguna empatía,  su propio y severo padre, que, cuando niña, de camino al colegio, la hacía  llevar a su conejito para que fuera carneado y lo trajera-aún tibio- para que su madre lo preparara para la cena.
Esos fueron sus primeros contactos con la muerte- aunque no los únicos- Sin embargo, como ella misma lo dice, ese dolor la preparó para otros que la  vida le depararía y aprendió algo fundamental: que la muerte no se puede controlar, que ocurre cuando tiene que ocurrir y que lo principal es que sea “una buena muerte”. Esto es que el moribundo esté atendido y-en lo posible-, sin dejar cuentas pendientes o cuestiones inconclusas.


Mi madre, tal cual la recuerdo, porque murió muy joven

LA RUEDA PARALELA DE LA PARTERA ÉLIDA TABÁREZ ROSENDE ACOMPAÑADA POR LA PARTERA ESTELA PIETRAFESA.
¿Y por qué me hace acordar tanto a mi madre? Porque también la partera Élida Juana Tabárez Rosende tuvo que luchar para vivir, para sobrevivir, para liberarse de ataduras y para dedicarse a lo que quería sin dejar por ello de trabajar para ganar lo suficiente para las dos.
Trabajaba-como Kübler Ross-incansablemente. En esos tiempos, aún no se había “fragmentado” tanto la medicina. No había servicios privados de emergencia. Sí, teníamos algunas sociedades médicas, pero no servicios pagos de asistencia inmediata. Por esa razón, las personas que tenían algún vínculo con los hospitales hacían muchas cosas: entre ellas, por supuesto,  las emergencias. Los vecinos tocaban timbre en las casas de las parteras cuando alguien se les enfermaba y no sabían qué hacer. Y mi madre, o mi tía de crianza, salían con su valijita de “primeros auxilios”. Recuerdo esas valijas con ternura. En ellas había de todo. Eran boticas ambulantes. Un enorme aparato para tomar la presión, termómetros, jeringas de vidrio con diferentes tipos de agujas de inyecciones-convenientemente higienizadas y guardadas en cajitas de metal (no se conocía nada “descartable”, salvo el algodón y la gasa.)  


Valija o maletín similar al que usaban mi madre y mi tía
( Imagen tomada de Internet) 

Muchos enfermos terminales morían en sus casas, rodeados por sus parientes cercanos, y algún auxiliar de medicina que suministraba los calmantes o las inyecciones prescriptas. Mi madre y mi tía también hacían eso y eran-de esa manera- partidarias de la “buenamuerte”- como la Dra. Kübler-Ross-.


Yo no sé de dónde sacaron esa vocación de samaritanas, pero sí recuerdo muy bien cómo la ejercían. Habían sido preparadas con verdadero esmero por profesionales serios y competentes. Uno de ellos, -al cual  mi madre recordaba siempre con agradecimiento- fue el Dr. Manuel Rodríguez López. Lamentablemente, como todo en este país, no hay nada en especial que lo recuerde. En Internet, encontré algún artículo que lo menciona al pasar, pero no demasiado tampoco. Sin embargo, para mi madre y mi tía fue un ser ejemplar, que no sólo las preparaba en obstetricia, sino que les daba clases que podrían ser consideradas en la actualidad como cátedras filosóficas. Felizmente, entre los papeles de  mi madre, -que cuando murió no le interesaron a nadie-, me llegaron algunas tarjetas de las que el profesor usaba para enseñar.




Algunas notas de mi  madre, sobre la izquierda, y el sello distintivo del Profesor Dr. M. Rodríguez López que tanto aportó a la  formación de La Escuela de Parteras del siglo pasado


 También en el reverso, -como se puede observar en la foto- figura su sello; y no es poca cosa, porque de esas tarjetas, se valía para instruirlas desde un punto de vista que la medicina actual ha perdido casi totalmente, aunque haya intentos de recuperación: el humano. ¿Qué tenemos cuando alguien se enferma? Un paciente atolondrado, dolorido, asustado, que más que nada necesita estímulo y apoyo. Y los médicos, que trabajan chiquicientas horas por día y noche, no tienen-ni quieren tampoco- brindarlas para sostener espiritualmente a ese ser amedrentado al máximo. Si  la enfermedad es terminal,  ese paciente necesita apoyo espiritual, y el verdadero profesional se lo debe dar. Porque es otro ser humano que también tendrá que pasar por la misma experiencia de la  enfermedad,  la agonía y la muerte.
Mi madre y mi tía asistían a esos pacientes, tanto como a las parturientas que llegaban a sus casas para “tener familia”-como se decía- y tanto a unos-que estaban en el final- como a los que venían- que estaban en el principio-, los atendían con devoción y absoluta dedicación.
Y no tengo que usar mucho la fantasía para imaginar cómo sería una clase sobre “El retrato de una madre”- texto del obispo chileno Ramón Ángel Jara- que el profesor Manuel Rodríguez López comentó en clase. Y sé que fue él, porque en el reverso figura su sello de identificación: “Prof. Dr. M. RODRIGUEZ LOPEZ”.
Por eso, destaco las lecciones de humanidad. No le bastaba enseñar a las parteras a contener a las mujeres que llegaban aterradas; había que asistirlas también espiritualmente; para que pudieran cumplir a la perfección con la función maternal- la más alta, y la más difícil- la que se prolonga durante  toda la vida.
Mi agradecimiento profundo por haber nacido de una mujer con agallas y por haber sido ahijada de otra con igual temple. Enseñadas por humanistas como el Profesor Doctor Manuel Rodríguez López, supieron enfrentar con valentía los avatares de la vida y de la muerte.






lunes, 30 de mayo de 2016

I M P E C A B L E

Max Aub -el autor-  en época de bonanza. 1935
(Imagen tomada de Internet) 

No conocía este monólogo de Max Aub que la actriz Gabriela Iribarren con la dirección de Mariana Wainstein logra interpretar de forma portentosa.
 La acción transcurre en la Viena de 1938; donde esta viuda que ha sido una burguesa acomodada, deja de serlo abruptamente por la voluntad nazi. Está reducida a las más extremas  miserias, y es patente desde el comienzo de la obra, el padecimiento del frío invernal. De una mujer de clase acomodada pasa a ser un ser despreciable, marginado, marcado, obligado a limpiar las escalinatas del que fuera su propio edificio.  Ningún vecino la reconoce ni la ayuda. Queda de absoluto manifiesto la crueldad y la indiferencia humana ante la adversidad que les toca a otros- y sobre todo- si esos otros son judíos-.
Gabriela Iribarren, -una actriz estupenda en uno de sus mejores papeles-


Realmente no es nada fácil, “largar” al escenario a una actriz para decir todo lo que dice este texto lleno de referencias a la época y al sufrimiento provocado por los avatares de la guerra y las horrorosas consecuencias de la persecución a mansalva a la que fueron condenados los judíos por el  solo hecho de serlo.
Emma, la protagonista, católica de ascendencia judía, está sola, aislada, sucia, pero tiene un cometido: sobrevivir. Y esa voluntad, amparada por el odio hacia “ellos”-como se les nombra varias veces- es lo que le da el sentido a su vida. Por esa razón, se aferra a los recuerdos de su marido, de su hijo, de su vida pasada.
El escenario, da la idea de un ambiente despojado, pero perfectamente concebido para los fines a los que apunta,  donde se siente muchísimo el frío glacial, con goteras por todas partes. Es también perfecta la iluminación, la música, y las proyecciones que nos sitúan en la época.
A mí me encantó la vestimenta de Emma. Tipo “cebollita”. Aparece caminando por el pasillo, monologando, cubierta por un saco largo, y tocada con  un sombrerito inverosímil. A medida que va sacando al personaje en su monólogo, se quita el saco y queda con un delantal de trabajo, que también se esfuma para dar paso al vestido, y por último, debajo del vestido, emerge  el viso/camisón.
La obra me hizo rememorar  otras; a  la “Suite Francesa” de Irene Nemirosvky-por ejemplo- donde relata de manera inteligente y clara el éxodo de 1940, y la pérdida del mundo “normal” –cómo algunos seres se aferran a sus pertenencias, sin pensar que lo más preciado que deben preservar es la vida- que da paso a la indiferencia, al  egoísmo, al instinto de supervivencia, al “sálvese quien pueda”, a los sentimientos de desesperación. Y también recordé a uno de mis autores predilectos: Viktor Frankl y su libro: “El hombre en busca de sentido”, donde Viktor que pasó tiempo en un campo de concentración, narra no solo sobre sus terribles peripecias, sino sobre lo que descubrió para seguir ayudando a la humanidad: la búsqueda del sentido de la vida,-que concretó en la logoterapia-  pese a quien pese, como única posibilidad de seguir luchando por él en un mundo hostil que nos atrapa y nos destruye.
¿Qué es lo que nos vuelca a  ser tan crueles con los otros? ¿Qué es lo que nos vuelve tan  indiferentes al sufrimiento ajeno? ¿Por qué herimos  y humillamos a nuestros semejantes, sean de la religión que sean? ¿Por qué los despojamos de lo que tienen y nos ensañamos  en lugar de apuntar-todos- hacia un mundo mejor, el de nuestros sueños de realización? No hay una única respuesta. La obra la da, pero queda ambigua y nos demanda más reflexión y por supuesto más humanidad. La que nos falta para ser mejores.
“De un tiempo a esta parte” es una obra para ver y pensar. Indudablemente.








domingo, 22 de mayo de 2016

"ALFA TIENE UNA RELACIÓN"

En zaguanes como estos, se iniciaba una relación. Como se puede ver en las fotos, estaban a la entrada, a los costados las habitaciones, y estaban separados del resto de la casa por una puerta que se llamaba "cancel". Por Montevideo, son muy pocas las casas que aún tienen este estilo. ( Imagen tomada de Internet)


En la crónica anterior, comenté sobre cómo eran los noviazgos en el siglo pasado- al menos los que yo conocí y experimenté- y algo sobre las formas epistolares de ponerse en contacto para conseguir una amistad, o una pareja, o, aún más, para solucionar conflictos por medio de los “consultorios sentimentales”-que fueron y creo que siguen siendo aunque con formas metodológicas  más modernas- muy populares.
También mencioné los zaguanes- que eran los lugares donde las parejas comenzaban a “hablar”. (Así se decía.)
A algunos de mis lectores les pareció muy riguroso, el hecho de que una joven fuera visitada con días y horas, y, además, vigilada por un familiar mayor,  pero así era. Eso no quiere decir que no aparecieran “con premio”-como decía mi abuela- porque “hecha la ley hecha la trampa” y de una u otra manera el contacto más que cercano de tercer tipo se daba igual. Ni que hablar de las “soluciones” que daban los padres católicos con cierta posición económica: habitualmente la chica era llevada a alguna estancia donde paría al hijo, y luego, lo daban a criar. Y el que podría haber nacido en cuna de oro, terminaba siendo un peoncito más de la paisanada ( aunque el abuelo supiera muy bien cuál era su  procedencia) Y la maltrecha muchacha aparecía de  nuevo en la ciudad, pero, ya cascoteada porque nunca hubo nada más rápido que las lenguas de las comadres para enterarse, llevar y traer.
Habitualmente, el verbo que se empleaba para indicar que se había comenzado con una relación era “salir”. “Fulanita empezó a salir con Menganito”. Y otro verbo muy común era: “arreglarse”. ¿”Te arreglaste” con Perenganito? Habitualmente por medio de esos verbos se enmarcaba que algo comenzaba entre dos jóvenes y que, si aún sus padres no estaban enterados no demorarían mucho en hacerlo. Lo que no era bien visto ni aceptado eran los excesivos cambios.
Siempre hubo una marcada discriminación hacia las muchachas que cambiaban de novio asiduamente.  Si el candidato ya había atravesado las barreras paternales para llegar hasta su amada, lo más común-al menos lo que se esperaba- era que se casaran.
Ahora todo cambió. Las parejas ya no requieren esas formalidades. Y si quieren,  necesitan, o se les canta  hacer un cambio, se hace. Sin demasiado trámite, como si fuera una de esas cosas desechables que se pueden tirar y reponer. Hoy en día “tener  una relación” es mucho más descontracturado; producto de los cambios sociales que hemos venido aceptando y promoviendo.
Pues bien señores, todo este preámbulo es para anunciarles que yo también me “aggiorné” y “tengo una relación”.
Por varios aspectos no creí que esto fuera posible. Enviudé demasiado vieja, soy muy exigente, y  no quería de ninguna manera un candidato viejo, gordo, petizo y panzón, con olor a pata. Hubo algunos ronceando pero ninguno me convenció. No lo conseguí-como deben estar pensando- por medio de ninguna red social. No tengo práctica en entablar relaciones por esos medios. Además sé que ese  morocho de la foto,  buen mozo, de ojos rasgados y sonrisa radiante puede ser –en realidad- un gordo pelado y ordinario porque  las fotos se camuflan como se quiera, y nada es real. Se desaparecen las várices, las manchas de la piel, y los kilos de la panza. Nadie lo pone en duda.  Me hubiera gustado uno como Keanu Reeves, pero por obvias razones,  pasó a formar parte del  terreno de la fantasía más delirante. Así que me conseguí, por trámite común nomás,   uno joven, de ojos claros, un poco orejudo, pero nada alarmante. A mí me gusta.
Empezamos nuestra relación el diez de mayo del 2016. Vino, se quedó en casa, durmió conmigo- empezamos bien modernos  ¿vieron-? Al día siguiente anduvimos para todos lados juntos. Como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. Aunque es un tipo muy demandante, estoy iniciando un proceso de  reconversión. Esto sí, esto no, querido. Así no. No. En mi cama, no. Te preparé una especial únicamente para ti. Y es para ti solito. Nada más. No.  De esa manera no nos vamos a entender. Aquí, cada uno en su cama, y con sus horarios. Yo soy salidora y bastante regañona, así que si me querés,  vas a tener que plegarte a mis costumbres. De a poco. Sin violencia. Simplemente, tolerándonos y queriéndonos.  Hasta que lleguemos a estar como a partir un confite.
Más adelante les contaré cómo seguimos.
En este momento, se los presento.
 Se llama Teodoro. Tiene dos meses y medio.
 (Sí, ¡ya sé que es menor! ¡Keannu Reeves también! ¿Y qué?)

Teodoro en sus dominios 








lunes, 16 de mayo de 2016

CONSULTORIO SENTIMENTAL

Una manera muy delicada de establecer una relación
( Imagen tomada de Internet) 
                                       

EL título de uno de los cuentos del brasilero Rubem Fonseca, es “Corazones solitarios”,  pero  también hubo alguno parecido en  las antiguas  páginas de diarios donde se mandaban cartas para encontrar  pareja. Casi siempre eran mujeres las que escribían, aunque recuerdo haber leído algunas que eran de hombres.
En la actualidad, el servicio de correspondencia ha sido sustituido por los nuevos medios que brinda Internet; pero el objetivo sigue siendo el mismo: encontrar una mujer o un hombre para compartir parte de la existencia. Estuve buceando en internet y encontré las propuestas más variadas, desde las que ofrecen un “ligue casual”-incluso los hay para casados- hasta los que promocionan la búsqueda de “pareja estable” e incluso “matrimonio”. No sé cuánto de verdad habrá en las propuestas porque nunca usé ninguna.
 La manera de relacionarse en los pueblos donde pasé mi adolescencia era “persona a persona”. Simplemente, nos conocíamos en el liceo, en un club,  en un cumpleaños, en un baile. Y nunca faltaba-como decía mi padre- “un roto para un descosido”. Si no se era irremediablemente fea o antipática, lo más seguro era que el galán- si abordaba en la calle- largara la clásica frase: “¿Me permite que la acompañe?” y después la conversación, tenía que indefectiblemente llevar a la puerta de la casa, y, con el  tiempo, al  “pedido para visitar”. Las visitas era con con día y hora. Por supuesto. Yo ya no pasé por la ignominia de la tía solterona, o el abuelo semidormido, vigilando qué hacía con mi novio. Lo podía recibir en el living-comedor, o en el escritorio de mi padre. Este último lugar era mi preferido porque era mucho más íntimo y acogedor.  La modalidad “dragón”- que no creo que se use más- era muy divertida. Se le llamaba “dragón” al joven que merodeaba la casa de su elegida, hasta que lograba verla aunque más no fuera en el balcón o en la ventana. La palabra proviene del lenguaje castrense: “dragón” era el soldado de a pie que hacía la  guardia dando vueltas a la manzana o a la cuadra, según fuera su distrito. Y así hacía también el joven que quería ver a su pimpollo.
En cuanto a las cartas en los diarios:
Encontré ejemplos en Internet de los cuales no tenía noticia. Jóvenes que escribían con la idea de contactarse con amigos para compartir literatura o practicar un idioma. Supongo- de mal pensada que soy nomás- que también sería una forma de establecer un contacto que podría llegar a ser de futuro. A mí no  me hubiera disgustado, ya que la literatura fue siempre mi  más arraigada vocación.

¿Habrá conseguido el vasco de sus sueños para compartir poesía? (Imagen tomada de Internet) 

Pero retomando el tema de las cartas en los diarios:
Las que se promocionaban eran mujeres. Casi todas las postulantes ponderaban sus virtudes físicas y espirituales. Recuerdo una virtud  que me llamaba la atención: “hogareña”. Es un adjetivo que no creo que se use más porque las mujeres actuales no pueden ser “hogareñas”. Salen a trabajar, a estudiar, a luchar por todo y de todo; pero el hogar queda en manos de mamá- si la hay- o de alguna empleada que asume responsabilidades que le corresponderían a la señora. Incluso el cuidado de los niños. En mi caso, estuve casada más de cuarenta y cuatro años y creo que de las tareas de la casa sé hacer de todo- lo cual no quiere decir que todas me gusten-. No me gusta planchar, por ejemplo. Tengo plancha, frazada de planchar y una mesa apropiada, pero no plancho. Lo hacía mi esposo si lo consideraba necesario. En un matrimonio es necesario “negociar” quién hace qué cosa”- yo negocié el planchado. Limpiaba, cocinaba, lavaba. Mi esposo planchaba y era formidable haciendo los mandados.
Las cartas, con la descripción adecuada, se mandaban a un diario, y en ese medio quedaban los datos de las candidatas. Para contactarlas se dejaba-generalmente-  un teléfono, y de ahí dependía de la suerte de cada uno. La joven “agradable, rubia, de ojos claros, y algo gordita” podía ser una especie de ballena acorazada, y “el joven de buena familia, católico, emprendedor y con buen pasar”, podía ser de todo menos lo que había ponderado. Sin embargo, se formaron parejas por esos medios peregrinos.
Yo leía las descripciones. Me atraían las ponderaciones que se hacían.
En otro orden de cosas, también había en los diarios “consultorios sentimentales”-  aún existen aunque hayan tomado otros formatos-.
En los consultorios  las cartas tienen otro tenor. Son consultas relacionadas con diversos problemas. Más de una vez alguna joven sale con un hombre casado que le dice que se va a divorciar, o  que es divorciado. Pero no es cierto, ni lo va a ser tampoco. Simplemente, el hombre quiere salir de su rutina cotidiana, la “otra” lo atrae,  y la joven se deja atrapar  en una telaraña densa que la oprime irremediablemente.  He leído  varias de esa índole. Mi afición a leer me ha llevado a los consultorios también.
Alguna vez incluso, lo utilicé como recurso para hacer escribir a mis alumnos. Ellos se prestaban de buena gana a hacer descripciones- incluso con mucha gracia- para encontrar pareja. Hubo un año en que inclusive hicieron las “fotos”- trucadas por supuesto- de las “personas” que inventaban. Sin quererlo, con el afán de hacerlos expresar por escrito,  había inventado algo así como una “Second life”, que funcionó estupendamente bien. Teníamos una cartelera en el corredor donde colgábamos los avisos. Todo el liceo venía a leerlos; incluso los que aún no sabían español se interesaban en los “avisos”. En el  consultorio sentimental  también mis alumnos “resolvían situaciones”.  Una vez por semana llevaba “casos”- que  inventaba- primero los comentábamos oralmente, después cada uno tenía que inventar una posible respuesta con una solución viable.

 ¡Qué  cosas que puede llegar a  hacer una docente desesperada  para que los ejercicios  de expresión  sean creativos y no los clásicos  plomazos!






martes, 10 de mayo de 2016

SEDUCCIÓN

Una de las más famosas citas de Don Draper-tomada de Internet-

Hace poco descubrí en Netflix una interesante serie que-para mí- está basada en la seducción que ejerce uno de sus protagonistas: Don Draper. La serie se llama “MAD MEN” y no es nueva, -lo fue para mí-.


La verdad es que es muy fácil  dejarse encantar por su protagonista. Tiene todos los atributos del seductor. No únicamente es buen mozo- que lo es a rabiar- sino que presenta enérgicas particularidades que acentúan su atractivo: ofrece el encanto de una estupenda propuesta de aventura y romance, bajo una apariencia tentadora y misteriosa. Es un enigma atractivo, un objeto de deseo que produce de inmediato una rendición absoluta en todas las mujeres de su alrededor. Las atrapa como moscas. Como todo hombre fascinante, aprendió a moderar su avidez sexual y si sus intenciones son percibidas o sospechadas consigue que no se noten demasiado. Son ellas las que se le tiran encima. De cabeza. Nunca había visto tantas mujeres que abrieran tan rápidamente las piernas. Don lo consigue sin ningún esfuerzo. Como todo conquistador que se precie, tiene una visión bélica del amor. No exhibe fácilmente sus sentimientos, y, la mayor parte de las veces, parece que ni siquiera los tiene. Y por eso, las mujeres se esfuerzan para conquistarlo afectivamente. Pero él no se deja. Penetra en sus mentes tanto como en sus cuerpos, y domina absolutamente toda resistencia. Conoce sus puntos vulnerables y los derriba. Primero estudia a la víctima y llega a ella sin rigidez, con total flexibilidad, y la doblega a su antojo. Su arte es persuasivo, insinuante y fascinante. Le bastan apenas unas miradas “consiguecosas” para que se produzca lo que desea. Y no demora demasiado en obtenerlo. Y después si se queda o no, es cuestión de tiempo. No es bueno demostrarle amor; lo aburre rápidamente. Es un Don Juan y como tal le gusta perseguir, cuando obtiene la presa, ya está. Va a buscar otra novedad. Porque el gusto está en la variedad y no en la permanencia de lo mismo para el resto de la vida.
Don y su eterno cigarro  (Imagen tomada de Internet) 

 Don tiene una fría inteligencia privilegiada que aporta más atractivo a su compleja personalidad. Es esa inteligencia la que le ha permitido saltar de su oscuro pasado a la cima del éxito. Es, por supuesto, un exuberante cínico. Pero, ese cinismo en lugar de causar repulsión, resulta ser un componente más de  su  hechizo. Llega a ser cruel al ejercer el mando, y la mujer de turno le obedece ciegamente para complacerle: la deja encerrada en el cuarto de un hotel, y cuando regresa la hace desvestir totalmente. ¿Y la mujer? Lejos  de ofenderse, lo obedece completamente dominada. Es un cínico irresistible.
Además del personaje fascinante, la serie tiene un argumento convincente, una música perfectamente elegida y adecuada, una recreación escenográfica perfecta, una vestimenta notoriamente impuesta por la moda de época- aunque a mí me pareció más de los 50 que de los 60 del siglo pasado-. Es decir, reconocí  las faldas acampanadas y con volumen como las que usaba mi madre; y no las que usé yo en mi adolescencia. Lo mismo me pasó con los vestidos.  Me parecieron más del 50 que del 60. Los hombres de mi juventud  ya no usaban sombreros. De todas maneras, reconozco que a Don le quedan estupendos.
Don Draper con su cautivante sombrerito con  pluma ( Imagen tomada de Internet) 

Leí elogiosos comentarios sobre la serie. Al parecer encantó a muchas personas. El final con  el fantasma de Bert Cooper cantando y bailando “The best things in life are free”, me encantó. Tanto como Don. Aunque no es el hombre ideal para casarse. De ninguna manera. ¿Pero quién quiere un seductor para casarse? Sería una lástima enorme convertirlo en un amo de casa. Tampoco se dejaría. Es mejor como es: cínico, seductor, irresistible. El amor de todas y de ninguna.






sábado, 30 de abril de 2016

NIÑERAS


"The Nanny" -popular serie de los 90- Actriz Fran Drescher-


Cuando he comentado las películas de Woody Allen, he repetido-invariablemente- que soy incondicional de él- lo cual es absolutamente cierto-. Me quedó un tema en el tintero. Tengo en común con él, -además de que  los dos nacimos un 1º de diciembre-,  que fuimos torturados por diferentes niñeras. Extrañas coincidencias del destino.
No hay duda de lo difícil que es encontrar una persona idónea para el cuidado de niños. Habitualmente, la gran mayoría no tiene ninguna vocación, simplemente, la toman como un remedio a una necesidad económica. Se sabe que  no cualquiera puede cuidar infantes. He conocido casos que las han contratado tan siniestras –o más- que las que tuvimos Woody y yo. Recuerdo una-en particular- que le daba a un bebe de siete meses pastillas para dormir. Por esa razón, cuando la madre llegaba-invariablemente- el niño estaba durmiendo. Como le costaba mucho despertarlo, porque parecía drogado, siguió el consejo de su madre y puso cámaras de vigilancia dentro de la casa. Así pudo comprobar la tropelía.

Hoy, en honor a mi admirado Woody Allen,  voy a rememorar a la que recuerdo como más siniestra y a otra buena.
Como ya lo he comentado en otras ocasiones, mi madre y mi tía-madrina eran parteras y trabajaban fuera de sus casas en la Maternidad del Pereira Rosell- que en aquella época, era un pabellón-Mi madre me tenía a mí, y mi tía tenía a Ruben que había nacido en 1950.  Debido a sus actividades, cuando una no estaba, la otra la “cubría” en lo posible, pero las más de las veces, necesitaban que alguien se ocupara de nosotros. Así llegaban a nuestras casas, diferentes especímenes. Yo, no recuerdo cómo ni de dónde las sacaba mi madre, pero tuve muchas que no eran aptas para cuidar niños, ni siquiera en forma remota, porque los odiaban.
La más siniestra que me tocó en el azar de la vida, fue una brasileña. Absolutamente negada para cuidar criaturas, dueña de una tortuosa maldad. Se llamaba Irasema y contrariamente a lo que indica el significado de “nacida de la miel”, lo que más destilaba era una amarga hiel. Nunca pude saber qué había provocado en Irasema esa actitud de constante enojo. Quizás fuera anorgásmica, porque su negatividad era absoluta. No me dejaba hacer nada. Me mantenía sentada en el sofá del living. Sin moverme. Si me movía me gritaba. No me golpeaba pero me amenazaba. La mayor parte del tiempo pasaba farfullando en portugués. Un buen día quise ir al baño, y no me dejó. Me hice encima. Me zarandeó y largué a llorar. Lloraba  por el zamarreo, pero también por el bochorno de haberme meado encima. Irasema no pudo  calmarme de ninguna manera. Si se me acercaba, yo gritaba como un marrano. Creo que se asustó porque mis alaridos traspasaban las paredes. Esa vez fue la última porque cuando llegó mi madre, entre hipos, le conté cómo me torturaba psicológicamente.  Con los años, reconocí el empecinamiento como una característica de mi personalidad: si me lastiman respondo con dolor, y no se me pasa por nada del mundo. Me queda-para siempre – una sensación de rencor soterrado. Al punto que la puedo recordar en forma absoluta hasta el día de hoy. Mi  madre escuchó mis balbuceos entre sollozos, los atendió y entendió. Irasema no volvió más.

Una niñera pacífica.( Imagen tomada de Internet).


La que recuerdo como una de las  buenas se llamaba Mireya.
Era muy joven y venía “con premio” –como decían en mi casa-: un bebe de pocos meses. Vino como “empleada con cama”- es decir que vivía  con nosotros, y hacía de todo, mientras tanto,  yo cuidaba a su bebe. Le decíamos “Coquito”. Yo dejaba con gusto a  uno de mis malcriados por ese bebote que sonreía al menor intento, y que balbuceaba incoherencias. Mireya era muy alegre. Cuando mi madre se iba, prendía la radio y bailábamos. También cantábamos todas las canciones de moda de la época, sobre todo boleros. Mi madre también cantaba, y por eso, sé letras de canciones desde la niñez. (A mi juego me llamaron). Bailando y cantando con Mireya yo era feliz.
Por otra parte, en las tardes soleadas, cuando mi madre llegaba cansada, era ella la que me llevaba a la placita de los Treinta y Tres a pedalear en mi triciclo. Y no salíamos únicamente a la placita, también íbamos al Prado y al Parque Rodó y a la playa. Mireya se fue ganando la confianza de mi madre, y mi absoluto cariño. Pero, todo lo bueno tiene su fin. Un buen día, apareció el papá de Coquito con intenciones de casarse. Me encantó acompañarla en la iglesia llevando una canastita con flores que me habían dado.  Pero ya no trabajó más en casa,  se fue para su pago natal: Paysandú. No la vi nunca más, pero la recuerdo hasta hoy con  un profundo agradecimiento.





lunes, 18 de abril de 2016

"LOS INMORTALES" BURELIANOS

Obra narrativa: "Los inmortales" de Hugo Burel 


“Condenados a la inmortalidad y al bronce, sus rostros no se vieron ni una sola vez frente a frente.”
“Los inmortales” página 12 Hugo Burel

Fui al Teatro Alianza  a ver la adaptación de Hugo Burel- basada en  su novela homónima- “Los inmortales”.
Ya se sabe que es muy difícil transformar  una narración en un texto dramático. No es la primera vez que Burel aborda esta dificultad, pero en este caso, creo que fue más difícil. ¿Por qué? Porque desde el comienzo esta obra narrativa es  ficción absoluta. Aparicio Saravia y Batlle y Ordóñez jamás tuvieron un encuentro persona a persona. Nacieron-sí, y lo dice el texto y la obra teatral- el mismo año: 1856- pero no coincidieron o no quisieron coincidir- en encuentros personales. Uno era de la ciudad, el otro netamente  del campo. Irreconciliables desde el “vamos”. Esa realidad-ficticia- es la que  crea  Burel con todos los riesgos consabidos.

¿Desde dónde lo hace?

En el texto narrativo, lo  aborda en un preámbulo que tituló “Algunas advertencias al lector”  desde el  recuerdo de su abuelo  materno: Juan Guerra,  al que describe escuetamente, pero con  algún dejo de ternura: “apenas si  sabía leer y escribir y era un gaucho auténtico. Tenía el pelo blanco, la mirada altiva y el hablar florido de vecino de Raigón, Departamento de San José”. Es ese abuelo el que le acercó a Burel-niño,  algunos cuentos, que-supongo- en la fértil imaginación del nieto, “prendieron” de manera tenaz. Así desfiló Aparicio-uno de los “inmortales”-  llevándose una caballada del pueblo,-  el Burel adulto deduce que fue en 1897, -fecha clave- cuando el abuelo tendría  por ese entonces, unos nueve años. También es ese mismo abuelo el que le relata  la llegada de un tren embanderado- cuando era una novedad para todo el mundo- con un señor corpulento que se plantó en el pescante del último vagón, y se mandó un discurso ante una multitud que lo esperaba. Si bien, Juan Guerra simpatizaba con los blancos la llegada de ese otro señor también le mueve el piso a juzgar por la iluminación de sus ojos. Ese señor corpulento era el otro “inmortal” de la historia: José Batlle y Ordóñez.
Anoté que no es la primera vez que Burel realiza este peliagudo trabajo. Yo conozco, por lo menos,  uno más que  leímos  en clase con un grupo de estudiantes y también fuimos a ver al teatro. En ese caso, fue el cuento “El elogio de la nieve”, que  “saltó” de la narración a la adaptación teatral.
Mis estudiantes habían leído el cuento, lo habían comentado en clase, y vieron  la obra con entusiasmo. Con el paso de los años, me di cuenta de que el entusiasmo fue más pronunciado porque  habían leído el cuento, y- todos-, tenían una idea de lo que pasaba  con personajes sin nombre-apenas señalados por apodos o el por  espacio que ocupaban en el boliche- y, al día siguiente, en la clase tuvieron muchos comentarios para hacer.

Pero esta otra adaptación es más ambiciosa. No se trata de la discusión de un hecho que parece inverosímil-como el caso de que haya caído  nieve en Uruguay- algo que ya ahora, a juzgar por todos los accidentes atmosféricos que vamos sufriendo-incluidos  los tornados- ya estamos más que dispuestos a creer- sino la creación de un encuentro-  en dos oportunidades- que jamás tuvo lugar en la historia del país: el diálogo entre los “dos inmortales”: Aparicio Saravia y José Batlle y Ordóñez. Para eso tuvo que crear una atmósfera de afiebrado delirio- que es posible percibir en la novela, así como también se da  en la creación teatral. No sé si hubiera podido percibir  esa atmósfera alucinada, sin la previa lectura del texto.

Los encuentros y desencuentros entre seres humanos no siempre se dan.  En muchos casos,-creo que el de Saravia y Batlle es uno- los mismos protagonistas los eluden sistemáticamente. En otros, -simplemente- no se producen. Las circunstancias no se presentan, o “los planetas no se alinean” a nuestro gusto.  Cuando hemos deseado con toda el alma un encuentro que no se dio, queda una profunda melancolía por lo que no pudo ser en el alma de los que desearon o quisieron, pero no pudieron encontrarse.

Esta obra me trajo a la memoria la “Carta en mano propia” que Julio Cortázar le escribió a Felisberto Hernández- ya fallecido- con motivo de prologar un libro de  sus novelas y cuentos. Vale la pena mencionarla porque, ahora, con los dos ya desaparecidos, -Felisberto y Cortázar- es quizás  posible trazar una especie de paralelo con la obra(o las obras) de Burel.
Transcribo un fragmento donde Cortázar plantea en su carta a Felisberto, -reitero: ya fallecido-, su sorpresa al saber que habían andado en  “rutas paralelas”, pero sin encontrarse jamás:

(…) En estos días en que andaba dándole la vuelta a la máquina de escribir como un perrito necesitado de árbol, encontré cosas tuyas y sobre vos que no conocía en los remotos tiempos en que por primera vez leí tus libros y escribí páginas que tanto te buscaban en el terreno de la admiración y del afecto. Y te imaginarás mi sorpresa (mezclada con algo que se parece al miedo y a la nostalgia frente a lo que nos separa) cuando llegué a un epistolario recogido por Norah Giraldi, en el que aparecen las cartas que le escribiste a tu amigo Lorenzo Destoc mientras hacías una gira musical por la provincia de Buenos Aires. Como si nada, sin el menor respeto hacia un amigo como yo, fechás una carta en la ciudad de Chivilcoy, el 26 de diciembre de 1939. Así tranquilamente, como hubieras podido fecharla en cualquier lado, sin demostrar la menor preocupación por el hecho de que en ese año, yo vivía en Chivilcoy, sin inquietarte por la sacudida que me darías treinta y ocho años más tarde en un departamento de la calle Saint-Honoré donde estoy escribiéndote al filo de la medianoche.
No es broma, Felisberto. Yo vivía entonces en Chivilcoy, era un joven profesor en la escuela normal, y vegeté allí desde el 39 hasta el 44 y podríamos habernos encontrado y conocido. De haber estado a fines de ese diciembre no hubiera faltado a concierto del Terceto Felisberto Hernández, como no faltaba a ningún  concierto en esa aplastada ciudad pampeana por la simple razón de que casi nunca había concierto, casi  nunca pasaba nada, casi  nunca se podía sentir que la vida era algo más que enseñar instrucción cívica a los adolescentes o escribir interminablemente en un cuarto de la pensión Varzilio. Pero habían empezado las vacaciones de verano y yo aprovechaba para volver a Buenos Aires donde me esperaban mis amigos, los cafés del centro, amores desdichados y el último número de Sur. Vos tocaste con tu Terceto en eso que llamás a secas “el club” y que conocí muy bien, el Club Social de Chivilcoy detrás de cuyo amable nombre se escondían las salas donde el cacique político, sus amigos, los estancieros y los nuevos ricos se trenzaban en el póker y el billar. Cuando en tu carta le decís a Destoc que la discusión para que te aceptaran y te pagaran el concierto se libró junto a la mesa de billar, no me enseñás nada nuevo porque en ese club todas las cosas se libraban así. Muy de cuando en cuando, a regañadientes pero obligados a cuidar la fachada de las “actividades culturales” los dirigentes accedían a un concierto o a una velada presuntamente artística, que pagaban mal y sin ganas y que escuchaban apoyándose entredormidos en el hombro de sus nobles esposas.”(IX-X Novelas y cuentos Felisberto Hernández. Biblioteca Ayacucho 1985- Caracas)

Esta no es la única coincidencia en las órbitas que se rozaron-  como sigue diciendo Cortázar- también se rozaron en Pehuajó, en Bolívar, y hasta podrían  haberse encontrado en el barrio latino de París. Pero ese encuentro deseado por Julio Cortázar, que probablemente también hubiera sido deseado/ compartido por Felisberto, no se dio nunca porque nunca se concretó.
Volviendo a la versión dramática de “Los inmortales”. Burel creó un encuentro-en dos momentos- entre dos personalidades que jamás accedieron a encontrarse en vida. Es decir, que por medio de la ficción logró un acercamiento que-de haberse dado- habría podido, quizás, cambiar la historia del país sobre todo en cuanto a los enconos que siempre nos  han mantenido divididos a los orientales.

  “Así lo plantea Burel” desde el texto narrativo:

 “En todo caso, desde la memoria de Juan Guerra a las desordenadas lecturas que alentaron estas páginas, los inmortales se abrieron paso para encontrarse en el territorio de  una narración.
No obstante, el enigma de su obstinada renuencia a verse cara a cara permanece intacto, y a mi modo de ver, como paradigma de otros desencuentros que aún nos condicionan. Nuestra historia es pródiga en silencio, en ausencias, en prologados enconos, en absurdas rivalidades y en persistentes memorias de diferencias.” ( "Los inmortales" página 16 Hugo Burel) 

En la obra dramática me hubiera gustado encontrarme como personaje a Juan Guerra, porque siempre es bueno rescatar a los abuelos que nos han contado historias.

La obra hay que verla, aunque antes sería aconsejable leer el texto narrativo. Y después ir a disfrutarla. Vale la pena.





miércoles, 30 de marzo de 2016

CULEBRONEANDO

"Guapas": Isabel Macedo, Araceli González, Carla Peterson, Mercedes Morán, Florencia Bertotti.
Imagen sacada de Internet

LA FICCIÓN

El año pasado,  veía una serie argentina con varias reconocidas actrices y actores argentinos. El argumento era verosímil y  lo sabía todo el mundo: cinco mujeres que a raíz de una crisis económica bancaria,  quedan  sin capital,  se hacen amigas y comparten vida y milagros de cada una. Lo bueno es que algunas no están en la primera juventud, pero se las ingenian para hacer “como sí”. Es una modalidad que tienen las argentinas de “ser gente grande” –como le llaman- pero al mismo tiempo, se mantienen insuperablemente  juveniles, delgadas y elegantes,  condiciones  que las orientales que usamos batones de entrecasa,-como yo- les  envidiamos a muerte.
"Mad Men" en primer plano el insuperable y buenmocísimo John Hamm, -con su inseparable cigarro y whisky-
 a su lado  Elizabeth Moss, y sobre la mano izquierda la curvilínea Christina Hendricks.
Imagen tomada de Internet

Hace poco, cuando entré al “mundo de Netflix”, empecé a ver algunas series similares. Ahora estoy mirando “Mad men”. Me gusta la recreación de época- los 50/ 60 del siglo pasado-, la escenografía, los autos, los edificios, la vestimenta de los personajes y la actuación. El argumento tampoco está mal, aunque exagera bastante en los estereotipos: mucho alcohol- los publicistas parecen bañarse a cada rato en whisky, en sus oficinas hay bar, y apenas llegan se sirven uno- puro-; fuman siempre y en todos lados, hasta en el baño, y tienen sexo a rabiar con pelirrojas o igual con mosquitas muertas que pululan por todos lados. Cada vez que veo algo así me retuerzo toda porque pienso: “yo podría inventar  algo más potable”. Y sueño como debió soñar también la autora de Harry Poters.
Ahora estoy leyendo una novela de Almudena Grandes: “Inés y la alegría”. Está indudablemente bien escrita, aunque el entorno de la guerra civil es agobiante, Almudena se las ingenia para plantear los amores y desamores. Me encantó su maestría para describir el olor de los hombres- que para mí es uno de sus mayores atractivos-. A mí-ya lo saben-  me fascinan los que huelen a chocolate. Almudena –felizmente- sabe de eso.
 Observen su pericia en este pasaje de  “Inés  y la alegría”:
“(…) el capitán olía a madera y a tabaco, a clavo y a jabón, por debajo, algo dulce y ácido, como la ralladura de un limón no demasiado maduro, por encima algo que picaba en la nariz como una nube de pimienta recién molida. Eso era lo primero que había aprendido de él. Su olor había tenido la culpa de que mis manos obraran el prodigio de reconocer un cuerpo que no conocían, de que mi cabeza se acoplara a su cuello como si estuviera modelada para encajar en aquella y en ninguna otra curva, de que mi  nariz supiera respirarlo mejor que el aire. Su olor tenía la culpa de que no lograra pensar con claridad.” (pág.267)
Hace  un tiempo, se me había dado por crear una  ficción por medio de un programa que se llama Second life. Había creado personajes, los había puesto en un entorno, y hasta me animé a “tejer” una especie de argumento que yo creo que era bastante pasable. Pero al poco tiempo me aburrí. En realidad no por la evolución ficticia, que me iba surgiendo, y me interesaba cada vez más,  sino porque para progresar en la trama había que pagar, y eso ya no me resultaba nada atractivo.
Mi culebrón tenía  dos personajes principales. Un hombre, al que había imaginado casado pero con ganas de no estarlo, y una mujer de mediana edad- como las de  esta comedia argentina que mencioné-
A él lo dejaba “la otra”,  porque había decidido recomenzar su vida-nuevamente-    a la altura de los cuarenta años. Algo así como “borrón y cuenta nueva”. Mi culebrón empezaba con una carta.
Él-que  no se daba por vencido, no  aceptaba el rechazo, no aceptaba  el “no va más”-  le escribía una carta  a la mujer que le había dado el olivo-ella la leía en voz alta, o se ponía la voz en off- y, luego, por supuesto, el argumento seguiría con los comentarios a sus amigas y otros vínculos que se pudieran establecer:
“Tras nuestra última conversación pude valorar el peso de las palabras que se emplean sin que medie una cierta consideración hacia lo que podría llamarse historia de un vínculo. Me comparaste con un cáncer que hay que extirpar.  No lo tomé en sentido literal, no obstante fue doloroso para mí comprobar cuán ingratas pueden ser las palabras y las personas, teniendo en cuenta que en nuestra relación jamás hubo de mi parte ningún escamoteo de nada en cuanto a la entrega en  el territorio en el que ambos siempre nos sentimos y funcionamos muy bien, pese al entorno, a los condicionamientos y a todo lo que sabemos que sin duda era negativo. Pero en lo positivo creo que nunca faltó nada. No obstante tú diste por concluida toda esa historia, la pasada y la presente, de una manera dura y desde cierto punto de vista con algo de desprecio. Eso no es lo que nos merecemos vos  y yo. Me gustaría conversar personalmente contigo sobre todo eso. Por respeto a mí y respeto a ti y por los años que nos vinculan. Saludos.”
De acuerdo a la nota, resulta fácil deducir que la que decidió el cambio fue ella. Se negó   a seguir siendo una segundona que compartió gozosos- (se deduce por  lo de: “en lo positivo creo que nunca faltó nada”)  breves momentos “en el territorio en el que ambos siempre nos sentimos y funcionamos bien.” (Contextualicemos un poquito más que estamos en el siglo XXI y además en la introducción mencionamos el culebrón argentino: “Guapas” que tiene un vocabulario bastante agresivo, “descontracturado” a más no poder:” el territorio” obviamente, es la cama). El tiempo, con un poco de suerte, puede haber sido algún breve lapso de diez minutos. Sigo imaginando como podría haber continuado el argumento: con seguridad que  él,   controlado tenazmente por su mujer legítima armada con un poderoso adminículo: un celular que hasta tiene GPS para mayor comodidad de la titular huiría de toda responsabilidad, como  un conejillo asustado que se escabulle a la menor amenaza. (En la serie “Guapas”, las mujeres amigas se comunican por mensajitos de celular aún  en las situaciones más extremas.)  La segundona decide no serlo más, porque  la legítima es la única que  disfruta de todos los beneficios que la otra desea para sí: viajar, compartir y comentar lecturas, ir a bailar,  al cine, al teatro, a la playa, ducharse juntos, dormir abrazada o estilo cucharita,  ponerle los pies helados entre las piernas en las noches invernales-cosas así de tiernas-. El  hombre perdió beneficios y reclama- con llamados, con notas- machista, como la transcripta-sin fecha, sin nombre, sin sentimientos. Mi personaje ficticio- llamado Teodoro-  intentaba por todos los medios,  barrer con subterfugios la frustrante negativa. La llamaba varias veces por teléfono,  y le escribía notas-como la transcripta, sin fecha, sin nombre, sin sentimientos-. ¿Por qué machista?
 ¿Quién no tiene “consideración por lo que podría llamarse historia de un vínculo”? Ella.
¿Qué reclama él? Conversar personalmente “sobre todo eso”. Qué gracioso. Me hizo acordar al popular psicólogo Gabriel Rolón, que en su última visita a   Montevideo- promocionando su último libro-,  en una entrevista, señalaba con ironía:
-“Entonces, él la invita a tomar un café… ¿Quién quiere tomar un café? ¡Nadie!”
¿Qué invoca el de la esquela? “Respeto por ambos  y por  los años de vínculo”.
¿Qué ofrece? He aquí el problema. No ofrece nada. Dice que “no hubo escamoteo”. Sin embargo, y a juzgar por la frialdad de las palabras, es probable que lo haya habido,  ni más ni  menos que en el plano de los sentimientos- el de la ternura, el del amor, el de la entrega, no hubo  ni remotamente nada-.  Yo leo y entiendo-entrelíneas-que lo  que  verdaderamente quiere  no es “charlar”,  sino retomar/recomenzar “esa historia del vínculo” con lo que a él  le gusta, sin importarle para nada,  en absoluto,  si ella no lo ve ni lo siente de la misma manera. Por eso sostiene que “ella dio por concluida la historia de una  manera dura”. Las mujeres que se niegan a seguir siendo fantoches, siempre entran en la categoría de “duras”, “ingratas”,  “desconsideradas”, “hijas de puta”. Como se ve, este culebrón podría seguir con diferentes secuencias y se podría prolongar por  varios capítulos- Lo cierto es que se trata de  un vínculo enfermo. (Como los que se ven en los culebrones, realmente, porque si no adiós argumento.) Finalmente, tenía montones de ideas para  darle varias vueltas más, porque con buen ánimo y  nuevos bríos Caty podía volver  a vivir otra historia con alguien que valorara sus múltiples recovecos femeninos y no solamente los físicos,  porque una mujer no es –únicamente- un clítoris y una lengua. Es un ser redondo, completo,  complejo, dispuesto para el sexo, pero también para la ternura, para  el compañerismo, para el buen humor. Pero por ahí se me quedó. Sin embargo, ahora que estoy viendo Mad Men- me digo:- ¡Qué papafrita que sos!, tu argumento era de peso y lo tenías a flor de piel. Se trata de continuarlo coherentemente. ¿Por qué no lo seguís craneando?
 A  Gioconda Belli  un brujo le dijo  en su Nicaragua natal: “Mal de varón, sólo con varón se quita.”.   Ella-inteligentemente- lo tuvo en cuenta con creces.
 Y eso es lo que haría cualquier mujer que se precie. Mi personaje- al que creé con mucha fuerza y personalidad- mucho más-. Cata, Catalina o Caty- de todas esas maneras la llamé- podría salir a flote en una red social donde se encontrara al amor de su vida. Nuevamente. Un tipo tierno, afectuoso, dotado maravillosamente para la felicidad. Y de chocolate por supuesto.  ¿No les parece?



       




viernes, 18 de marzo de 2016

EL ÑATO AZUL

"El ñato azul"- listo para venirse a casa-

No fue en medio de los afanes renovadores de fin de año, ni tampoco como resultado de una razonada lógica mental. Simplemente, probé uno así en las canteras del Parque Rodó en agosto del 2015,  y me gustó. Así lo  conté en mi blog en la entrada que titulé “Autos memorables”.

Un domingo soleado y caluroso en pleno agosto en Montevideo, es una absoluta bendición. Con esa perspectiva me fui a las Canteras del Parque Rodó, donde estaba el UP  Full- de Volkswagen - para probarlo dando una corta vueltita. (Lo trajo Werner Bernheim)  Lindo, pero lógicamente con gusto a poco.
Es como cuando tenés un amante nuevo y pocos minutos para disfrutarlo. En cinco o diez minutos apenas podés saber si besa bien, si te gusta el olor de la piel, si tiene las manos calentitas, suaves, secas, y poco más. El  resto del protocolo queda librado a tu completa imaginación.
Con el auto UP, es lo mismo. Es de buen ver. El asiento y la dirección se pueden subir y bajar- a tu gusto y altura-  Cuando lo prendés enciende también las luces, y, en la marcha, te va “pidiendo” que bajes o que subas los cambios. Una preciosura.  También tiene una dirección respondona.  Un primor. La verdad.  Tengo parientes cercanos que se compraron uno  y disfruté de esa adquisición como si la hubiera hecho yo.

Este es el "UP" que fui a probar al Parque Rodó-
 Estuvo en la lista de"Venga y atrévase a soñar"-. 

Pero  no puedo negar que me quedó rondando la posibilidad. “Mi Silver” era muy bueno. Probablemente “un escaloncito más arriba”-como me dijeron hace poco en la misma automotora- que el “UP”. Pero también pensé: ¿para qué quiero yo “tanto”  auto? ¿Lo quiero para lucir o para andar? Concluí que lo quería para esto último porque es muy difícil que yo emprenda un viaje o una travesía como las que  hacía con mi esposo.

El 21 de noviembre del año pasado, tuve que realizar una gestión de lo más dolorosa. Y fui sola. Cuando salí del cementerio con el ánimo por el piso, me acordé de  que Werner Bernheim celebraba la apertura de su nueva casa. Era sábado y me di una vuelta por el local. Me atendieron, creyendo  que iba a comprar un auto, - yo todavía no lo tenía muy claro- pero me tasaron el mío a un precio regular, me plantearon la diferencia que tenía que abonar con gastos y todo y ahí tomé la decisión. Otra vez, sola. No consulté con nadie. Elegí el color, y una supuesta fecha de entrega. En realidad, no consulté porque sé que la mayoría de las personas me habría puesto varios “peros”, y, la verdad, es que  eso era lo que menos necesitaba.
Después los hechos se fueron sucediendo: la automotora me fue pidiendo papeles, trámites y demás. Un buen día me dijeron que podía pasar a retirarlo. Apronté al Silver que quedaba como parte de pago, y volví a casa en el “ñato azul”.

Nos  estamos conociendo paulatinamente, y, como  en toda relación nueva, tenemos que adaptarnos el uno al otro. Ahí vamos. Pasito a pasito. Ya no se me apaga, pero a veces, me corcovea si no le pongo bien el cambio que quiere. Y también rezonga si lo llevo “bajo”- es decir cuando quiere un cambio más arriba. Cuando me doy cuenta se lo pongo y listo.
Estacionado en el Teatro de Verano,- esperando a la terraja-

Ya les conté en “Terapia sobre ruedas”, que salí con  un terapeuta  para poder  superar el horror a la calle- y más que nada, el horror a los otros salvajes conductores- Aún lo sigo experimentado, porque pese a que sigo las reglamentaciones,  tropiezo asiduamente, con algún energúmeno. La primera acepción de esta palabra que ya no se usa con frecuencia es “persona poseída por el demonio”. Y así es. Una sale a la calle con la debida cautela porque las calles son trampas mortales con sus tremendos pozos y todos los piantados que circulan por ellas, y eso,  requiere un esfuerzo descomunal para circular con determinación. Los seres poseídos por demonios no reconocen ninguna razón- únicamente la de ellos-
Una de estas noches, por ejemplo, regresaba muy tarde a casa por la Avda. Julio María Sosa. Venía despacio, porque el Teatro de Verano había finalizado recién su jornada carnavalera, y el tránsito se había intensificado de manera notoria.  Al llegar a la intercesión con Bulevar Artigas, un motoquero  me increpó duramente. Bajé el vidrio- lo cual no es aconsejable a esas altas horas de la noche-, para decirle que mi velocidad era la normal para las circunstancias. Siguió protestando hasta que las luces le dieron paso. Por suerte dobló en Bulevar rumbo al centro. Después en casa, pensé: ¿Qué prisa llevaba ese jovencito a las dos de la mañana?  ¿Qué mal le hacía perder dos o tres minutos atrás de mi auto? Nunca lo sabré, porque dobló vertiginosamente imprimiendo una exagerada velocidad  y desapareció en menos de lo que canta un gallo. Hay mucho “anormal” circulando por las calles. Me cuesta mucho adaptarme a ese vértigo innecesario en una ciudad pequeña con múltiples escollos. Pero en fin, es lo que hay que hacer. Así que sigo saliendo en el ñato azul. Ahora me falta “hacer carretera”. Aprontate ñato. En cualquier momento, le damos. Hasta es posible que mi new American friend se atreva a venir a conocernos personalmente. ¿Te vas a portar bien?





miércoles, 2 de marzo de 2016

DOMINGO

Calle céntrica  en día domingo

La semana pasada volví a escuchar un antiguo casete grabado casero, de  Jorge “Cuque” Sclavo leyendo una estupenda página- de esas que leía en la Radio Sarandí-: “Un día de libertad” de Julio Rossiello -“Panglós”- es de un  libro que se llama “Con los lentes rotos”. Doy todos los datos, porque no se encuentra casi nada de este estupendo cronista de costumbres. Si “googlean” puede aparecer el hijo: Leonardo Rossiello Ramírez, con datos de sus quehaceres literarios, entrevistas y demás, pero de Julio, que fue su padre, no. Como siempre pasa con nuestros mejores cronistas, “desaparecen” de la escena porque nadie se ocupa de ellos. El Cuque se ocupaba, y gracias a él, conocí a más de uno tan memorable como “Panglós”.
“Un día de libertad” es una  crónica  sutil sobre los planes que hacemos  para el día domingo.  Ese día de la semana que para el trabajador muchas veces significa su único día libre después de una agotadora semana de trabajo.
Yo siempre pensé que el domingo era el día más triste de la semana. El final del viernes es mágico, y el sábado tiene una onda magnífica, pero el domingo viene cargado de lo que nos trae el lunes, que es el comienzo del agobio. Yo creo que por esa razón hubo una revista de humor que se llamaba: “Lunes”.
La fuente de la Plaza Matriz también solitaria en domingo 


Habitualmente, “me preparo” para combatir la sensación de “domingo”. Voy al  cine o al teatro, planifico algún paseo, cocino, o-como hoy- escribo sobre la “sensación de domingo” y –también- contesto los mensajes que postergué durante la semana. Incluso ahora, tengo un nuevo amigo  con el que nos comunicamos en inglés. Es absolutamente deleitable para mí que un americanito   se digne-y le guste- tener una especie de correspondencia a la antigua, pero por email. Recién nos estamos conociendo, y con él voy recobrando el placer  por expresar mis gustos y mis sentimientos en inglés. Toda una novedad para mí. Si le buscamos la vuelta, entonces, el domingo puede tener aspectos positivos. Hay que encontrarlos. Menciono algunos: en mi barrio, es el único día en que una se puede levantar tarde sin el  angustiante agobio  de los ruidos de las construcciones cercanas-porque los domingos no se trabaja- (el barullo que el hotel vecino me hace desde las seis de la mañana, lo combato con Mozart- que siempre está disponible-). Otro placer dominical es poder andar en pijama y descalza hasta el mediodía- o más si no espero a nadie- sin necesidad de emperifollarme para nada. Es el mejor día también para prescindir de los horarios. Puedo levantarme tarde, desayunar al mediodía, y hacer a media tarde una especie de almuerzo/merienda/cena sin preocupación por el cumplimiento de un horario estricto.
Ahora que me asocié a Netflix y que un esguince del tobillo derecho me tuvo en “reposo relativo”,  descubrí  un nuevo placer: puedo ver series nuevas que revisten cierto interés, sobre todo para mí que no encuentro en la TV local nada que sea potable.
Una de ellas es “Chelsea does”. La batuta la lleva una periodista/comediante y artista cuarentona, llamada Chelsea Handler. Hija de padre judío y madre mormona. Una mezcla fatal que dio un ser sumamente  “descontracturado” que se mete en todos lados para averiguar la verdad y sacarla a luz-a su manera, claro- A veces puede hacer sonreír, porque tiene un desparpajo asombroso. Tanto que incluso sorprende a sus entrevistados o a las personas que la rodean. Ha sido capaz- por ejemplo- de salir con las tetas al aire por la calle. Y tan campante como si saliera vestida de gala.
Otra serie, con otra temática diferente pero también urticante es Grace and Frankie. Protagonizada por Jane Fonda y Lily Tomlin. Dos mujeres que en una edad bastante madura, se enfrentan a una verdad irremediable: sus correspondientes esposos son gays y se han convertido en amantes, por ese motivo, las dejan para casarse y vivir juntos. Hay situaciones hilarantes porque las dos actrices se complementan muy bien y en una forma tal que sus personajes “saltan” de la pantalla.
Como ven, si le buscamos la vuelta, el domingo puede depararnos más de  un entretenimiento placentero. Y ahora, me voy a luchar con el  inglés para escribirle a mi amiguito nuevo. Tengo que contarle todo esto de la mejor manera posible.
 God bye dear friends!




ALCIRA

  En estos tiempos navideños que corren, —y siempre— su ausencia es muy notoria porque con su amabilidad natural era el alma del taller Tuli...